miércoles, 18 de agosto de 2021
sábado, 12 de diciembre de 2020
Entrevista en revista sonámbula
Ever Román: «El humor desdibuja límites y abre el paisaje de la literatura»
DICIEMBRE 7, 2020|IN ENTREVISTAS|BY SONÁMBULA
Por Mario Castells
A cuento de la salida de su última novela, Resistencia, editada recientemente por Eduvim, Mario Castells entrevistó para Sonámbula a Ever Román, buscando compartir algunas claves autobiográficas, linguísticas y hasta geográficas que suman niveles de lectura a un texto que fue definido como una «celebración de la absurdidad».
.
-Contáme un poco la cocina de esta novela. Desde su cronotopo hasta algunos homenajes que leemos por ahí referidos. Resistencia te vuelve a acercar a tu propia historia.
-El libro salió de un diario que escribí en 2004 cuando fui por primera vez a Resistencia, Chaco. El diario lo perdí y solo me quedó una página. Intenté una reconstrucción diez años después, pero no recordaba mucho y terminó siendo una novela. Así que tiene algo de biografía (ir caminando de Asunción hasta Resistencia es algo que por ejemplo sí hice), pero la memoria tiende puentes y terminó hilado lo anecdótico personal a la historia de la literatura. Es por eso que muchas de las costuras, el entramado, se da con referencias a situaciones aparecidas en otros libros y hay un pastiche de citas: Elías Canetti, Alfred Döblin, Proust, Oscar Wilde, hasta está el burrito de Platero y yo.
-Eduvigis es un personaje medio Mersault, un indolente no muy consciente de sus actos y a veces una síntesis de Mercier y Camier, un fastidioso inmoral. Lo que sea, se nota que le tenés mucho cariño.
-Sí, le tengo cariño a Mersault y también a Roquentin, que más que modelos, son como primos de Eduvigis. Lo mismo Mercier y Camier. Quiero decir, no me interesé tanto por la cita culta, sino por utilizar cierto tipo de literatura como herramienta para hilar una trama; y como ves, la literatura del absurdo o literatura existencialista, como le digan, tiene preocupaciones distintas a la peripecia convencional, al argumento en el sentido clásico, sino que toma referencias literarias para poner en juego sus propias preocupaciones: en Beckett, por ejemplo, la peripecia de la picaresca española, el dueto al estilo Sancho y el Quijote, algunos de sus personajes deambulan por paisajes no particularmente exóticos.
-Hablemos del Chaco. Me contaste muchas anécdotas de los personajes, casi arquetípicos, que habitan esas latitudes. Esa locura que me describiste está bien clara en los personajes de la novela.
-El Chaco es un territorio de fantasía, cuyos límites desdibujan las fronteras de 3 países: Argentina, Bolivia y Paraguay. Lo que se conoce como El Gran Chaco. Ese territorio es el que recorre Eduvigis. Es mi interés, hacer como un retrato, al menos fue como el tema que me propuse. Los juegos lúdicos en el planteamiento argumental, los juegos de palabras, etcétera, vinieron a partir de esta primera intención de hacer un retrato. De ahí es que me haya preocupado tanto por los paisajes. Hasta Eduvigis está en muchos momentos viendo y reflexionando sobre el paisaje y las gentes que va viendo.
-El humor es la pasta que amalgama el verosímil de todos tus textos. El humor siempre va unido a lo macabro. ¿Es un salvavidas para el lector? Hablemos del nihilismo y de las estrategias para no empedarnos tan pronto.
-Creo que el humor fue más bien, en este caso, un salvavidas para la narración. El humor desdibuja límites, abre posibilidades, abre el paisaje de la literatura. Supongo que también permite un modo singular del disfrute en la lectura. Así como describir un cierto Chaco, un Chaco personal, digamos, algo que también me interesó mucho, lo tengo muy presente del momento de la escritura, fue dar cuenta de ciertas ideas de lo que son las fronteras, del momento en que las fronteras mismas son el territorio, un territorio trans. Traté de poner en juego esta idea en casi todo: Eduvigis y El Soprano habitan el movimiento, el desplazamiento, no solo del paisaje sino de su identidad (emocional, sexual, intelectual, corporal), los quise poner en el intersticio, allí donde nada es totalmente esto ni aquello. De ahí creo que salió también lo del juego con los géneros, el estar entre dos o más géneros: la road novel, el montaje al estilo cinematográfico, la trama que avanza y retrocede, el narrador que no sabe algunas palabras o las dice mal y que se enrede con los tiempos verbales. Y el final, una especie de loop, no saber si llega o sale. Fue más o menos el estado de escritura, pero lo que salió me parece que fue mucho más modesto, como un acercamiento a mis intenciones iniciales.
-El Paraguay se difumina y cada vez está más presente en tu literatura y en la de la región. ¿Es que acontece acaso una paraguayización de la región? ¿Cómo ves eso?
-Paraguay es un ejemplo de territorio trans. Vive en una oscilación idiomática particular: el guaraní y el castellano crearon ese entreverado que es el jopará; pero también tiene un alto porcentaje de habla alemana y esa cosa macarrónica llamada plautdietsch; y ahora creo que en casi la mitad del país se habla portugués; y además las varias lenguas indígenas habladas cotidianamente: sanapaná, nivaclé, enxet, ayoreo, yshyr, etcétera. Lo mismo ocurre con sus fronteras: es parte de Brasil, de Argentina, de Bolivia; los paraguayos viven como en casa en ciudades extranjeras, hay de hecho ciudades extranjeras que son territorio paraguayo. Me parece que por tanto hacer un retrato de un país como Paraguay, si tomamos esa intención literaria, debe tener en cuenta estas particularidades y rever un poco las convenciones y el significado mismo de la literatura. Se ve además que es algo que está ocurriendo en todos los países ahora, con la globalización.
-¿Para quién escribís?
-Creo que lo disfruto mucho, es mi forma de compartir, dar regalos, en este caso libros.
Se puede leer aquí:
https://sonambula.com.ar/ever-roman-el-humor-desdibuja-limites-y-abre-el-paisaje-de-la-literatura/?fbclid=IwAR0wTUuA9QGRuG3T7QBCZXqeWoFTFNI9pyU4WQDtgwQbliDFZ9BUjORaMSI
jueves, 3 de diciembre de 2020
Resistencia, una celebración de la absurdidad. Revista Sonámbula
Nota de Mario Castells sobre Resistencia. Se puede leer acá: https://sonambula.com.ar/resistencia-una-celebracion-de-la-absurdidad/
Resistencia, una celebración de la absurdidad
Por Mario Castells
Mario Castells leyó Resistencia, la última novela de Ever Román, un ajuste de cuentas con su patria paraguaya en clave de grotesco, de «celebración de la absurdidad», un delirio divertidísimo que «se ríe de todos los personajes, de sus referentes, de las estrategias discursivas, de los talleres mecánicos de la literatura de género».
-Anímate –dijo Camier- estamos llegando a la estación de los condenados, ya se ve la torre.
-Alabado sea Dios –dijo Mercier-. Por fin podremos descansar.
Samuel Beckett
Entre lo cómico y lo grotesco, entre la road novel, el toque existencial guión nihilista y el pasaje permitido al ensueño, Resistencia, la última novela de Ever Román (Mariscal Estigarribia, 1981) es un ajuste de cuentas del escritor con su patria. Dos patrias tiene él, que son una sola: el Chaco y el delirio. Su protagonista, un sujeto que porta en su gracia la cifra de su cultura, se llama Eduvigis, como el General Díaz, nuestro pélida Aquiles de la Guerra Grande, y como una santa alemana, patrona de los huérfanos. También como vástago de Eduvim, la editorial que le da vida. Nombre de mujer que en la región, donde se habla guaraní -lengua en la que no existe el género- prolifera. Y es que, debido al mitã ery del calendario católico es muy común encontrarse algún que otro Rosario, algún Clotilde, algún Isabel, algún Dolores y algún Eduvigis. De resultas, según la fecha puede tocarte el nombre de unx santx. También es común decir la padre ha lo madre, porque la y lo designan en guaraní jopara singular y plural, el número y no el género. Lo que no es común es ser un sujeto borroso. Eduvigis no quiere serlo.
Los muertos viajan rápido, dice Mariana Enríquez en Nuestra parte de noche. Frase que me pegó un arrebato en la pera hace unas semanas. De repente, y ahora como epígrafe atribuido a Elías Canetti, leemos que los buenos viajeros son despiadados. Hay algo en mi interior que empalma estos dos enunciados, los pega con moco o con sangre o con un emulo de ambos dos. Quizás deba consultarle este antojo mío porque sin duda hay pulsión de muerte en este relato y eso definitivamente construye un agite no mercy. De arbitrariedades tontas se recubre un verosímil cascarudo pero este no es el caso. La novela, manifestación de la patria y de la clase que la proyectó en el imaginario de todos, narra el viaje de Eduvigis desde el Bar hasta La Resistencia para escapar al medio borrar. Dando saltitos hacia adelante y hacia atrás, completando o difuminando la trama, el protagonista siente una necesidad programática de emigrar, Eduvigis es un personaje tan entrañablemente beckettiano que merecería un compañero de andanzas.
Sabemos, cuando arranca, que Eduvigis tiene un oficio, el más moderno de todos: toyotismo de bar. Es barman, empleado de limpieza, patovica, dj. Es un maltratado. Pero ahora tiene indicaciones y un croquis. Tiene un precedente de amor paraguayo. En noches previas le dio todo tipo de pastillas de un botiquín sucio y bolillas de naftalina pisada a un grupo de tolongos oriundos de La Resistencia que querían pegar merca. Timándolos feo, el estimado no siente culpa pero algo siente. Esta anécdota es la mecha que lo programa. Trascartón, nuestro cuate se sube a un colectivo de línea y se va. Pega la vuelta hacia Falcón, Chaco’i, y después hacia el Chaco austral pero a pie y haciendo autostop. Ndojerái.
«Del otro lado de la frontera el paisaje era más límpido, transparente, oloroso a pasto reseco y polvo. Su humor se relajó y en vez de tomarse un colectivo para cruzar la ciudad fronteriza que empezaba a pocos metros del puesto de aduanas, se largó a caminar. Atravesó calles de cortinas metálicas abiertas, con variedades de objetos a la venta, luego barrios donde no había un almacén, ni plazas, solo patios baldíos y basura, hasta que finalmente llegó, dos horas después, a la ruta que lo llevaría a la Ciudad de la Resistencia, 500 o 600 kilómetros más adelante, según tenía entendido y le habían indicado los parroquianos que la noche anterior se tomaron toda la mezcla de substancias que les preparó exitosamente (2020: 23).
Las personas perecen al igual que las costumbres, las modas o las leyes, pero no los comportamientos humanos, que parecen radicar en un trasgo que los hace decir o hacer las mismas estupideces. Eduvigis es Emiliano, tiene su chip; es un hombre loma, un arribeño, el Guyra Kampána, ese que se fue a pegar para todos y nunca más volvió.
Acosado por estas preocupaciones queda dormido. Sueña con el parroquiano perdido y sacude la cabeza negando acusaciones. “Mis jefes me perdonan todo y me comprenden”, dice entre sueños, “y mi amigo Gradimir me dice: ‘Vos sos un hombre concreto’. Soy un hombre concreto, aunque no sé dónde estoy ni hacia dónde voy”. En el sueño, le dan papel y lápiz y dibuja un mapa con estas especificaciones: un punto señala El Árbol del Sueño, otro la Ciudad de la Resistencia. Luego todo se ennegrece (2020: 29).
¿Cómo no ser un lumpen en semejante territorio de caza? Solo el humor zafa a Eduvigis del fascismo. Une profonde loyauté envers lui-même.
Ya en la calle, sin saber hacia dónde ir, se dijo: “Vivir no tiene ningún sentido. Somos como lápices que van escribiendo en borrador sobre la página blanca del mundo, trazamos líneas sinuosas que nunca llegan a cortarse, aunque sean delgadísimas, transparentes, y no hay posibilidad de entrever lo que resulta de esta insensatez. ¿Cómo soltar el lápiz, cómo soltarnos de nosotros mismos?” (2020: 27).
Todas las historias se entremezclan. Eduvigis (hijo de Eduvim, hijo de Mercier y Camier, hijo de Belane, hijo de Mersault) deviene juguete del destino en la perinola de los acontecimientos. Todo todito termina degenerando en situaciones hilarantes y aún más absurdas.
De repente, la camioneta aminora la velocidad. Eduvigis escala el techo de la cabina y le grita al caballo que pare. Como no le hace caso, patea los vidrios del parabrisas, salta sobre el techo, emprende a puñetazos contra todo, hasta que se da cuenta de que se han detenido. Tembloroso, agarra la mochila y se apea. Frente a la puerta del conductor, se pone en guardia: con un dedo desafía al caballo para que baje a pelear. El caballo sigue mirando la ruta, indiferente. Eduvigis golpea el vidrio con los nudillos, pero nada. Entonces patea la puerta con todas sus fuerzas. “¡Bajá, burro!”, grita. El caballo gira la cabezota hacia él: lo mira, luego mira la traba de la puerta, finalmente se mira los cascos sobre el volante. Como diciendo: ¿cómo carajos querés que abra la puerta? Eduvigis nota el cuello hinchado del caballo. Suda copiosamente. Sus crines erizadas lanzan chispas. Entonces relincha lleno de furia y muestra su temible dentadura. Esto calma instantáneamente a Eduvigis, por lo que le enseña el pulgar y le indica que se vaya con un ademán caballeresco. El caballo aprieta el acelerador y la camioneta chifla alejándose. En segundos, luego de volverse un poco, desaparece en la lejanía. Atardece. El paisaje sigue más o menos igual que cuando subió a la camioneta del caballo. En vez de hacer dedo, por las dudas, se pone a caminar (2020: 59).
¿Qué podría depararle su trajín sino cárcel? Eduvigis, de manera sosegada, es privado de su libertad.
“Cuénteme por qué vino”, dijo el escultor. Eduvigis no pudo más que contestar con honestidad, aunque omitiendo el detalle de los parroquianos: “Yo trabajaba en un bar y hace unos días, cuando lo estaba cerrando, casi al amanecer, sonó el teléfono. Era uno de los dueños. Me dijo: ‘A las 9 va a estar allí un inspector municipal. Limpiá el bar, para mostrárselo. Y pasale toda la recaudación de la noche’. Yo le dije que tenía que irme a casa, que había trabajado toda la noche y no había tiempo para hacer nada de eso. Entonces el dueño me dijo: ‘Empleadito, quedate ahí, no jodas’, y cortó. Vacié la caja y me fui…” El escultor lo miró en silencio durante largos segundos. Finalmente dijo: “¿Esa respuesta le parece bien?”. Eduvigis asintió (2020: 63-64)
Escapa, sin embargo. Su expreso de media noche es en línea 2. Entre los destellos de su fuga a pie nos quedan los mejores chascarrillos. Y las primeras muertes…
Entonces llega la epifanía: el extranjero es él, ergo debe ser él quien los expolie. Salta de la cama y se apronta ante las rejas. Empuja. La celda se abre. También la puerta que da al despacho principal cede enseguida: las luces están apagadas y la mujer ronca en un rincón, despatarrada y bocarriba, la cara tapada con legajos. La pollera se le deslizó durante el sueño hasta dejarle los abdominales al aire. La mirada de Eduvigis ondea unos segundos siguiendo las curvas de sus músculos. En medio de la panza se abre un lóbrego cráter que parece no tener fondo. Como Clavius, piensa Eduvigis. Abre la puerta principal y observa la sospechosa carretera, más allá el monte y arriba el cielo pintarrajeado con manchones blancos. Debe ir al sur. Pero dónde está el sur. Sale y bordea el destacamento cuidándose de no hacer ruido. En el patio trasero encuentra un pozo artesiano. Detrás del pozo, con la cabeza metida en un balde, duerme uno de los policías. Tiene la camisa desprendida y sus botas reposan elegantes a su lado. Eduvigis le saca la pistola del cinturón y se adentra en el monte. Contra un samu’u, ve al otro de los policías, la cara cubierta con el birrete reglamentario. Respira estrepitosamente, como si le costara o le salieran cosas raras del interior del cuerpo, tierra, matorrales, algo así. Eduvigis lo empuja con el pie y el policía se gira y queda bocabajo sin despertar. Eduvigis trata de volver a voltearlo infructuosamente. Las piernas del policía pesan una barbaridad y son duras y ásperas, como un tronco prehistórico. Además, su cuerpo huele a estiércol. Con asco, Eduvigis le desprende el cinturón y le baja los pantalones. Luego lo zarandea sin dejar de apuntarle con la pistola: sigue siendo un tronco, ¡un lirón! Eduvigis mira al cielo y exclama: “No me juzgues, Parroquiano. ¡El deber!” Se abre la bragueta y se manosea un ratón, pero no hay caso. Piensa en campos verdes y húmedos, girasoles, vacas; es inútil. Entonces se agacha hasta tener en la cara el culo del policía: un brusco pedo y casi pierde el conocimiento por unos 70 segundos. Se para, rabioso, y apunta con la pistola, pero no se atreve a disparar. No puede matar a un hombre dormido. El cuerpo del policía le despierta sin embargo una curiosidad antropológica. ¿Su cuerpo será igual al del resto de la gente? (2020: 69-70).
Quizás el dúo karapã que Eduvigis urgía fuese Klein. ¿Markus? ¿Por qué creo que se llama Markus? Klein aporta nuevas sinrazones a la trama. Es este tramo en el que trona el impertinente homenaje a Beckett.
Concentró su atención en las palabras de Klein. Pero no tanto en los significados, sino en la materialidad, espesor, reverberación, fluctuación y movimiento; podía ver las ondas de aire que salían de la boca de Klein y se expandían alrededor de su cara, como si su mandíbula fuera el epicentro del lago donde alguien hubiera arrojado una piedra para provocar el tan conocido efecto ondulatorio, un poco como señales de radio navegando en la superficie, aunque en este caso todo era superficie: la piedra-lengua se movía en la boca de Klein como un gusano electrificado, las olas iban encimándose unas sobre otras en desorden, y eran frágiles, pues apenas chocaban contra algo –por el simple roce con la densidad del aire de la Ciudad de la Resistencia– se deformaban y entremezclaban con las cosas, con el ambiente, perdiendo así consistencia y volumen hasta desaparecer. “Klein está diciendo palabras flojas”, concluyó Eduvigis, “no vale la pena seguir escuchando”. Se levantó por tanto del banco y oteó a su alrededor: los transeúntes deambulaban por la plaza como si estuvieran agotados; en las calles apenas pasaba algún coche, también bastante desanimado. Klein seguía perorando, chascaba la lengua, matraqueaba el paladar quién sabe para qué. “¡Basta!”, prorrumpió Eduvigis. Klein cerró la boca. Eduvigis cayó en cuenta de que se había alterado sin razón evidente. Quiso explicarse a Klein, pero él se adelantó: “Vamos a caminar un poco”, dijo. Anduvieron en silencio, como autómatas, por las sedantes veredas de la Ciudad de la Resistencia, hasta llegar a la puerta del Monasterio. (2020: 70-71)
Pero el delirio de Klein sucumbe y se va de la trama, lo deja dormir en una banca en la vía pública, lo dispone al encuentro con el Soprano más gordo del mundo.
La novela de Ever Román es una celebración de la absurdidad. Se desliza por ella y en el trillo de su evento pergeña una historia. Cumple el mandato. Se ríe con sorna de su personaje, lo quiere porque le hace gracia; se ríe de todos los personajes, de sus referentes, de las estrategias discursivas, de los talleres mecánicos de la literatura de género. Importa tan solo la materialidad de las palabras, lo que resulta poesía (en short y con las crocs), y solo un rato. Porque nada es importante. O sí, pero hasta ahí, en el baño maría de su propio segundo. Esta atención al lenguaje afirma y complementa el tema central de la literatura, el redespertar de la emoción. Recuerdo una anécdota que me contó el escritor; una anécdota con su padre. Compelido don Román por su esposa para que hablara con él, mitã’i que mostraba gestos de apostasía hacia la religiosidad de su familia, le dijo a su hijo: “Dios es muy importante”. El gesto adusto se quebró en un segundo y, conforme, dio vuelta la página de su diario.
Resistencia: novela o viaje alucinado por la frontera entre Argentina y Paraguay
Nota aparecida en La Izquierda Diario. Se lee aquí: http://www.laizquierdadiario.com/Resistencia-novela-o-viaje-alucinado-por-la-frontera-entre-Argentina-y-Paraguay
LITERATURA // RESEÑA
Resistencia: novela o viaje alucinado por la frontera entre Argentina y Paraguay
Resistencia es el cuarto libro y la segunda novela del escritor paraguayo Ever Román. Narra el viaje de Eduvigis desde el bar que lo tiene de empleado hasta la Ciudad de la Resistencia. Movimiento que atraviesa la frontera entre dos países para convertir todo territorio en una (trans) frontera sin fin: límite difuso entre sueño y vigilia, razón y alucinación, civilización y barbarie, sexualidad y conquista, “hacer y no hacer”
Cecilia Rodríguez
@cecilia.laura.r
Hay ciertos lugares del planeta en los que la realidad carece de realismo, incluso mágico. En uno de estos sitios transcurre la novela Resistencia, del escritor paraguayo Ever Román. Como premonición, el libro arranca con una cita de Elías Canetti, “los buenos viajeros son despiadados” y así, despiadadamente, se narra el viaje de Eduvigis desde el bar que lo tiene de empleado hasta la Ciudad de la Resistencia.
Movimiento que atraviesa la frontera entre dos países para convertir todo territorio en una (trans) frontera sin fin: límite difuso entre sueño y vigilia, razón y alucinación, civilización y barbarie, sexualidad y conquista, “hacer y no hacer”. Tierra que hace imposible el tiempo lineal, tierra donde pasado y presente suceden en simultáneo y exponen fetos, enfermedades y herramientas en un “museo del hombre”, “antes y después del hombre”. Así también la narración muta caprichosa del pasado al presente y expone su artificio con frases directas del narrador que aclara, pide disculpas o confiesa no saber.
No se sabe cuántas veces fue y volvió Eduvigis, que siempre va y siempre vuelve (“¿Cuál sería la diferencia?”) a esa tierra donde los caballos conducen como desquiciados, las esculturas no se deciden entre ser cíclope, pollo o mono, los parroquianos esnifan polvo de naftalina, los curas rezan con una estatuilla de Juan Bautista incrustada en el trasero, los burritos montan a las personas y los policías duermen con la cabeza metida en un balde, se rascan la panza contra el suelo (“como cerdos”) y no se despiertan ante disparos y fuga.
Narración irreverente, ni del todo fantástica ni del todo realista, evita caer en los lugares comunes del “color local”. Para que no queden dudas de que la extrañeza no es patrimonio exclusivo de la frontera, el viaje de Eduvigis se verá interrumpido por la historia del soprano más gordo del mundo, que terminará por ser el soprano más liviano del mundo y viajará, él también, por los intersticios ilógicos del Teatro Colón y la Capital Federal.
Sobre el autor
Ever Román nació en 1981 en Mariscal Estigarribia, Paraguay. Estudió periodismo en la Universidad Nacional de Asunción y cine en la Universidad de las Artes de Buenos Aires. Actualmente vive en Haedo y dirige con Diego Brixton y Martín Méndez el ciclo de lectura Literapunk en Buenos Aires (este año interrumpido debido a la cuarentena). Publicó los libros de cuentos Son Osobuco (Buenos Aires, 2011) y Falsete (Asunción, 2015) y la novela Serenos en la noche (Rosario, 2018). Resistencia es su cuarto libro, editado por EDUVIN en la colección de narrativa latinoamericana.
taller de novela, apuntes 1
Ayer en el taller de novela hablamos sobre la escritura bella. ¿Qué quieren decir los criterios estéticos hermosistas? ¿Qué terminan haciendo? Recordamos un texto de Jacques Rivette que comenta un travelling de la película Kapò (1960), de Gillo Pontecorvo. En este travelling, la cámara hace un movimiento para encuadrar y así embellecer a una mujer muerta contra una alambrada de un campo de concentración. Podríamos pensarlo como una larga frase bonita para dar cuenta de lo mismo. Rivette dice que el hombre que hace ese travelling, en ese momento, merece su más profundo desprecio, "porque hay cosas que no deben abordarse si no es con cierto temor y estremecimiento". A la imagen bella, propone una imagen justa. Flaubert, al escribir y reescribir, hablaba de "la palabra justa". ¿A qué se refiere esta justicia? Tal vez a una cuestión moral, como decía Godard. Serge Daney, al reflexionar sobre ello, se pregunta: "¿Dónde termina el acontecimiento? ¿Dónde está la crueldad? ¿Dónde empieza la obscenidad y dónde termina la pornografía?" Mucho se habla de la literatura como un más allá, como una suspensión de todo aquello que es la vida. Sin embargo, conservamos ciertos criterios para abordarla que son ideológicos. Desde ciertas lógicas narrativas y estereotípicas hasta el valor que le damos a lo que las pervierte. ¿Para qué nos sirve la belleza, a fin de cuentas? ¿A quiénes sirve?
sábado, 1 de febrero de 2020
Serenos en la noche: el pasado nos asedia (por Juan Mattio)
// Por Juan Mattio
Desde hace unas semanas, cada mañana, antes de tomar el subte en la estación Pasteur de la línea B, miro el cartel que promociona la película de terror “Annabelle 3” que nos promete “todo será poseído”. Como no vi las otras películas de la saga, no puedo decir de qué se trata esta tercera parte. Excepto lo que podríamos inferir por las reseñas rápidas: un matrimonio de demonólogos (?) guardan una muñeca poseída en una vitrina bendecida (!?). Lo hacen como medida de seguridad pero el poder de la muñeca -o del espíritu que la posee- es tan grande que logra despertar una “noche terrorífica” y atraer otros espíritus malignos sobre la pequeña hija de la pareja. Lo siguiente es más o menos previsible.
Pero, cada mañana, antes de tomar el subte, cuando leo “todo será poseído” no puedo evitar pensar en la nouvelle que Ever Román publicó bajo el título “Serenos en la noche” (Ed. Cachorro de luna, 2018). Si tuviéramos que pensar un cartel para promocionar esta historia creo que podríamos servirnos del slogan de Annabelle pero a condición de cambiar el tiempo verbal, en la novela de Ever todo está poseído.
La apuesta es construir un relato de fantasmas típico: un albañil -Sampedro- se propone como casero de la construcción en la que trabaja. Un compañero -Quispe- le advierte que todos los anteriores renunciaron por miedo: la casa está llena de eventos inexplicables. El guardia de la garita de la esquina -Ossorio- trae una explicación (que es, por supuesto, una historia fijada en el pasado): esa casa fue habitada por una familia marcada por las violencias políticas de las dictaduras argentinas. Todxs atravesadxs por la brutalidad y el dolor y, también, el secreto o el silencio. Las presencias de esos cuerpos rotos, violados, desaparecidos perviven en la casa que se transforma en una ciudad fronteriza entre vivxs y muertxs.
Antes de entrar a un movimiento interpretativo me interesa apuntar otros dos rasgos de construcción de la novela. Por un lado, la sexualidad macabra que propone Ever Román y hace pensar en la tradición de Copi, de Perlongher, de los hermanos Lamborghini. Es una sexualidad exasperada y alucinada que evita el registro hiperrealista (y atrofiado y por eso mismo no-realista) de la pornografía, como un movimiento de defensa contra una de las lógicas que enuncia el propio Quispe cuando afirma que en este país “Nos muestran una escena de horror y vemos una porno.” Frente a la naturalización de la violencia (política), entonces, la hipérbole macabra, el absurdo y también la risa.
El segundo rasgo tiene que ver con la autoconciencia de la novela sobre el género en el que está trabajando. A diferencia de Annabelle, “Serenos en la noche” sabe -y no lo oculta- qué tipo de expectativas genéricas está manejando: “Antes, el terror se desenvolvía en noches serenas y límpidas, a lo sumo con espesa llovizna. El típico decorado de truenos y relámpagos solo se podía ver en el cine. Evidentemente, algo se desancló o averió, provocando un ligero desplazamiento del eje terrestre, modificando así el carácter del cielo de La Floresta. Sin embargo, esto no quiere decir que no haya habido historias de fantasmas, espantos, encuentros fronterizos entre la vida y la muerte. Lo que interesa saber aquí es que el ambiente, el escenario, se ha vuelto cada vez más propicio -adecuado según los cánones estéticos predominantes- para vivir situaciones de miedo: tormentas cada vez más eléctricas, lluvias cada vez más oscuras, etcétera”.
Este narrador, capaz de poner en pausa los acontecimientos para reflexionar sobre la historia del género y sus regularidades, es un síntoma o, en términos de Fredric Jameson, no es cuestión de gusto individual del autor sino “el resultado de restricciones objetivas en la situación de la producción cultural actual” (Jameson, 1981).
Una vez que el relato de terror, y en particular el relato de fantasmas, alcanzó un alto grado de estandarización que permite a lxs lectorxs/espectadorxs saber casi todo de la trama antes incluso de abrir el libro o sentarse en la butaca del cine, sólo lo que Jameson llama “pastiche de géneros” puede introducir variables. A la muerte del género se le responde con “La producción metagenérica, ya sea conscientemente o no, como solución al dilema”.
Serenos en la noche es otro modo de inscribirse en la “cultura de la nostalgia” a través de un pastiche que trabaja sobre el error o la confusión en las categorías genéricas. Lo importante es qué tipo de variaciones ofrece sobre el relato de fantasmas tradicional.
Fantasmas en el espacio
Para trabajar sobre esta zona me gustaría prestar atención a una serie de reflexiones que podríamos intentar hibridar en este artículo. Por un lado, Walter Benjamin escribe en “Paris, capital del siglo XIX: “Nuestra investigación se propone mostrar como a consecuencia de esta representación cosista de la civilización, las nuevas formas de vidas y las nuevas creaciones de base económica y técnica, que le debemos al siglo pasado, entran en el universo de una fantasmagoría. Esas creaciones sufren de esta iluminación no sólo de manera teórica, mediante una transposición ideológica, sino que en la inmediatez de la presencia sensible. Se manifiestan como fantasmagorías. (…) Estas fantasmagorías del mercado, donde los hombres no aparecen sino bajos aspectos típicos, se corresponden con las del interior, que se encuentran constituidas por la imperiosa propensión del hombre a dejar en las habitaciones que habita la impronta de su existencia individual privada”.
Tenemos, entonces, en primer lugar, una mecánica social que bajo el régimen capitalista aparece de forma espectral. Es el propio Marx el que afirma que bajo el fetichismo de la mercancía “las relaciones sociales están cosificadas, y las cosas adquieren un movimiento que se independiza del control de los productores (…) Lo que aquí adopta, para los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre cosas, es sólo la relación social determinada existente entre aquéllos”.
Pero en un segundo movimiento, Benjamin trabaja sobre la hipótesis de que esa dinámica se adhiere o se articula a la “propensión del hombre a dejar en las habitaciones que habita la impronta de su existencia individual privada”. De modo que nos tocaría pensar por qué y de qué manera lo fantasmal suele presentarse encadenado a un espacio -la casa embrujada, el castillo encantado, etc.-.
Un camino posible podría ser pensar, desde la tradición gótica, en la supervivencia de un pasado no burgués en los territorios de la vieja aristocracia en decadencia. ¿Cuánto de esto hay en las mansiones sureñas que cuenta Poe en el siglo XIX y vuelve a contar Faulkner en el siglo XX? ¿Cuánto de la persistencia de lxs derrotadxs en la guerra de secesión? ¿Cuánto de ese pasado espectral interfiriendo en las existencias de sus herederxs? El relato de fantasmas aparece como la forma desfigurada de esa insistencia.
Otro camino sería pensar escenarios contemporáneos que puedan dar lugar a temporalidades entrecruzadas. La superposición del presente -donde los albañiles construyen la nueva casa- con el pasado -donde la familia de Amalia fue arrasada por la dictadura-, genera la interferencia de escenas históricas. Son el ruido blanco que interrumpe la emisión de un programa en la televisión. Para encontrar un paralelo contemporáneo, podemos pensar en la dinámica que opera sobre Siria, donde los videos en 3D de los planos de reconstrucción se exhiben sobre áreas todavía bajo toque de queda “En él, fantasmas renderizados patrullan una suerte de prolijo paisaje de videojuegos, constituido a partir de un estilo tradicional que omite los signos de las diferentes culturas y religiones que poblaron la ciudad desde la Antigüedad. Las imágenes de la destrucción fueron reemplazadas por renders digitales de felices patios de juegos y senderos haussmanizados gracias a un barrido desprolijo.” (Hito Steyerl, 2017).
Fantasmas en el tiempo
Pero si es cierto que el fantasma es un evento adherido a un espacio, no es menos cierto que tiene su origen en un evento temporal. En realidad, en términos de Freud, podemos decir que se trata de un duelo mal resuelto donde el objeto de la aflicción se niega a retirarse o el sujeto afligido se niega a dejar ir. El fantasma es la repetición incesante del pasado y por eso adopta la forma temporal del GIF que no puede más que recomenzar.
¿Cómo se conjura un fantasma? En Hamlet, Horacio quiero obligarlo a hablar, a explicarse, a racionalizarse a través de la palabra. Horacio es un intelectual – un scholar- y por eso mismo no cree en fantasmas y no está preparado para enfrentar este “malestar de la percepción” como lo llama Derridá en Espectros de Marx.
“Una tarde -escribe Ever Román-, cuando colocó el último ladrillo en el marco de la ventana, escuchó claramente lo que decían las voces. Era una frase larga, sin pausas, que Quispe no recuerda con exactitud, solo recuerda que se refería a carreras, a fracasos y al tiempo. Quispe no se asustó de lo que escuchó, sino que sintió que le habían dado un mensaje importantísimo, como si hubiera encontrado una carta estancada en las ondas electromagnéticas de la casa”.
Quispe, a diferencia de Horacio, puede relacionarse con los espectros porque, antes que nada, cree en ellos, es decir, es capaz de enfrentar el tiempo disyunto de la fantasmagoría y advertir su condición de presencia no presente. Y por eso logra que la sombra de Amalia cese: “Voy a desprenderme de mi misma, dice Sampedro con voz de Amalia, voy a ir al lugar donde estoy yendo sin parar hace años, a lo profundo del olvido extraoficial, a la serenidad de la bocanada de humo sin cigarrillo, al pliegue del sobre sin la carta, al grafito del lápiz sin papel…”
El fantasma es conjurado en la medida que se aprende a hablar con él. O, tal vez se más preciso decir, a hablar de él. Jameson piensa que el significado social del relato de fantasmas se articula con el control del pasado sobre la propia casa, una posesión sobre la historia de esa construcción que se dramatiza en este género. Se trata de un “producto compensatorio, una reacción-formación activada por la resistencia de una evolución social más general de una sociedad sin memoria histórica”. Hay fantasma en la medida que hay silencio y hay olvido.
El pasado, cuando se articula como relato, deja su lugar entre lo reprimido y se vuelve legible. La historia de Amalia y su familia necesita ser articulada, puesta en la nueva casa, para abandonarla. Es aquí donde se presenta el verdadero papel del espacio -la casa- que no es por sí mismo más que territorio donde se devela un conflicto temporal: la relación entre las generaciones con sus muertxs y la contemplación de un pasado que persiste. Y en esta misión, los albañiles de Ever Román han ganado una batalla.
nota de Proyecto SYNCO
se puede leer el texto original ---acá---
martes, 16 de julio de 2019
SERENOS EN LA PROVINCIA DE LA LITERATURA FANTÁSTICA - Revista Polvo 2019
La novela de Ever Román, autor paraguayo nacido en Mariscal Estigarribia en 1981, Serenos en la noche (Cachorro de Luna, 2018) nos introduce de sopetón —y sin evadir ni sortear, ante la sorpresa del lector, la destreza con que lo hace— en la escena de la historia: Sampedro quiere ser sereno de la casa en construcción en La Floresta en la que trabaja, a pesar de que otros han desistido, porque necesita plata. Antes de que se impusiera la obra, nos enteramos en boca de otros personajes, había una casa chorizo en la que vivía una anciana que murió de síncope y que fue devorada por sus propios gatos, y mucho antes de que fuera devorada por los gatos, nos enteramos también en boca de otros personajes —la historia se reproduce, a veces más a veces menos, de esta manera—, que la dueña fue docente de portugués, violada por los militares y rechazada por un hijo producto de la violación. La novela permite dos lecturas, o las impone, que el lector puede escoger de manera racional o intuitiva: la tragedia o la tragicomedia. A Román mientras la escribía, por ejemplo, lo hizo reír. Luego suceden episodios paranormales —siempre con una chispa de humor, la formalidad se suspende, aparece episódicamente, quizás como fin secundario— que desconocemos a ciencia cierta si son verdaderos o —lo que nos recuerda a Desplazamientos, de Mario Levrero— transcurren en la cabeza de Sampedro.
¿Cómo nace Serenos en la noche? ¿Cuál fue el puntapié inicial? ¿En cuánto tiempo fue escrito? El autor dice que la escribió en una semana. Golpeó puertas, la olvidó —la nouvelle fue escrita en el año 2012— y los editores de Cachorro de Luna le pidieron algún un texto para publicar, se interesaron y finalmente el año pasado salió a luz. Lo que el lector quisiera saber, como en toda pequeña gran obra, es cómo nace esta nouvelle. Ever dice: “Durante uno de los talleres literarios que dicto improvisé casi todo el cuento, a ver si inspiraba a los asistentes a escribir algo, pero no prosperó. Entonces me dije, lo voy a escribir yo”. Además de dedicarse a la escritura, Ever dicta talleres literarios en instituciones psiquiátricas. “Después, en la escritura, acepté todas las ocurrencias que me vinieron así de buenas a primeras. No tengo mucha ocurrencia en general, así que tampoco tuve que rechazar nada”, agrega el autor. Serenos desdice al autor, no parece un texto escrito por un autor de “pocas ocurrencias”, por el contrario la nouvelle tiene la cualidad de ser muy ocurrente, al punto que despierta sentimientos confusos.
¿Hubo búsqueda poética? “Siempre”, dice el autor. El texto deja constacia. Desde el primer párrafo, vale hacer un paréntesis, el autor deslumbra por su habilidad narrativa cuando al referirse a los albañiles —más próximo a lo poético, a la candidez poética, que a lo narrativo— escribe “se afanan como hormigas en los detalles”; la nouvelle, si bien es narrativa —el habla, o sea lo ordinario, lo más vulgar de la historia, solo aparece en los personajes y en la suerte de monólogo de Ossorio, aunque sostiene el tono—, no pierde el entusiasmo poético, coexiste lo narrativo con lo poético, el autor se desliza por fuera de lo literal, de lo intimista, de la literalidad; el afán poético, cabe decir, no es azaroso; en una entrevista, tiempo atrás, Román afirmaba que no piensa en la poesía sino que la siente —podríamos decir que está enquistada en él— y aseguraba además su devoción por la poesía y que sus lecturas son esencialmente de poetas. También confesaba que ha sido rechazado por numerosas editoriales, lo cual con solo leer Serenos es, sin lugar a dudas, una injustica olímpica, posiblemente un ninguneo, y deja entrever la endogamia porteña y el estandarte monotemático de los textos, al menos en el mundillo editorial, ¿o será acaso que Román —proponiendo universos propios, mucho más logrado que los sobrenaturales de Mariana Enriquez— está por fuera de todo modismo, del relato intimista (o no) clasemediero?
Cachorro de Luna está dirigida por Abel Franzen y Mario Castells. Entre otros han editado a Fidel Maguna, Kike Ferrari y Carla Benisz. La editorial tiene aproximadamente una década de existencia. Es la continuidad del sello editorial La Pulga Renga que editó nueve volúmenes de poesía. A diferencia de esta, Cachorro de Luna amplía sus intereses en otros géneros como el ensayo y la narrativa. Lo que resulta insólito, en exceso, ya que la voz narrativa de Román es madura, tenaz y se propone además realizar ciertos guiños narrativos que lo hacen original, auténtico, genuino.
Por un lado Serenos en la noche, se puede decir, no es una sátira de los procesos militares, pero sí un desajuste, un resquicio de la solemnidad con respecto a todo lo que se ha escrito sobre la postdictadura. Cuando Ossorio, el guardia de la cuadra, narra cómo fue violada Amália —la antigua dueña de la casa— por los militares, los albañiles indignados dicen “tu historia no tiene ninguna gracia, pajero. Es una historia deprimente”. Lo que dice el personaje es la renuncia que, posiblemente, puede llegar a tener un lector que se aveza en estos tipos de textos, además de refrenar el relato pornográfico.
Hay que leer Serenos de la noche en esa clave: como la “desolemnización” de los tiempos aciagos de nuestro país y quizás como la aparición de los desaparecidos, en el que entre tanto desasosiego, con remiendos narrativos, el lector puede sonreírse —no de lo trágico propiamente dicho, sino de la ebullición de la literatura compungida que narra hechos trágicos, repitiendo hasta el hartazgo, en menor o mayor medida, lo que todos mínimamente sabemos— y en el que no hace falta apelar a la primera persona o, como muchos, al relato de infancia; solo basta hacer uso de la polifonía de los personajes, hacerlos hablar, incluso en el monólogo de Ossorio aparecen más voces, voces sobre voces. Sin embargo, subrayar la desolemnización sería rebajar el propósito del autor ya que Serenos se parece más a un delirio, a una alucinación, que a una historia realista histórica, que en verdad es lo que es, delirio y alucinación, o más bien, realismo delirante, o como la han llamado, novela de fantasmas. “Lo que yo quería”, dice el autor, “fue contar una historia de fantasmas y albañiles. Pero sobre todo, contar el género, hablar con él, quizá no tanto parodia sino algo meta. Cuando me puse a escribir todo viró a la parodia”.
Román busca no despanzurranos de risa, aunque por momentos lo logre, sino ponerle un velo al dramatismo —a pesar de que la historia de Amália sea lúgubre y terrorífica—, añadirle apariciones, voces, murmullos, hechos sobrenaturales, y traducirlo en risa o desasosiego, ¿sabe Ever que nosotros, sus lectores, en el transcurso de la lectura carcajeamos ante sus personajes o a menudo nos compadecemos por ellos? “Aunque la historia es muy triste en gran parte la escribí con alegría, pues me movió un gran cariño por los personajes, sobre todo hacia Amália”, dice el autor.
La novela es corta pero en sus escasas páginas (exactamente ochenta y tres) coexisten varias pretensiones, desde la risa hasta la desconsuelo. Ni bien comencé a leerla supuse que la novela tomaría el rumbo de albañiles alcohólicos, asados de por medio, misoginia, piropos y una rutina sumida por un trabajo desgastante entre cal y cemento. Lo que suponía era una novela convencional —vale aclarar e insistir, bien escrita e hipnótica desde el comienzo— pero a medida que la historia avanzaba como por ejemplo cuando Sampedro es poseído por el espíritu de Amália, o el vigilante de la cuadra hace uso de su voz tendidamente, me percaté de que la novela era auténtica, rara. Y más aún sin saber la procedencia de los personajes, lo que le deja espacio a la imaginación; saberla hubiese presupuesto un universo, una historia predeterminada, nadie sin embargo sabe ni sabrá la procedencia ni siquiera el autor, aunque podrían haber sido jujeños, tucumanos, bolivianos o paraguayos, pero como dice Román: “Salieron de la provincia nomás, de la provincia de la literatura fantástica”.
Decías que la novela nació en uno de los talleres que dictás, antes que nada quisiera preguntarte por eso; sé que es difícil trabajar con personas que padecen diferentes patologías y creo (permitime el prejuicio) que muchas veces esas voces al momento de escribir son incoherentes o estrambóticas, ¿cómo son los talleres que dictás? ¿Se logra comunicabilidad en los textos? ¿Qué efectos tiene la escritura en ellos?
Los talleres que doy forman parte de dispositivos de Hospital y Centro de día, así que están enlazados con otros talleres de arte: pintura, manualidades, teatro, música, etcétera. Entonces no están pensados precisamente para formar escritores, sino para canalizar emociones, entretener, orientarse, crear, sublimar y similares. No hay una exigencia de comunicabilidad, sino principalmente lo que se pide o sugiere es una práctica, en mi caso la de la escritura o la elaboración de materiales audiovisuales. Los efectos son varios y privados en cada uno, pocas veces lo comparten conmigo, exceptuando las veces que les causa mucho placer o alto disgusto, o les trae a colación algo de sus vidas y cosas así. Sin embargo es cierto que también me tocó muchas veces trabajar en los talleres con personas que se dedican a alguna actividad creativa, como actorxs, escritorxs y demás, y el trabajo con ellos es distinto y depende siempre de lo que deseen o estén dispuestos a hacer.
Serenos en la noche es una excepción dentro del género, o sea por un lado es un texto sobre la posdictadura, muy fuera de lo convencional, y por otro, un texto meramente fantástico, ¿cómo fue el proceso de escritura, mantener el ambiente, el tono? Aunque digas que lo escribiste en una semana, creo que fuiste elaborándolo. Se percibe. ¿De qué cosas fuiste valiéndote? Calculo que si escribiste la novela en el año 2012 y la publicaste el año pasado, sufrió correcciones e incluso indicaciones por parte de la editorial, ¿o no fue así?
Sí, efectivamente, es cierto que aunque lo escribí en una semana lo fui elaborando. Escribo con asiduidad (o pretendo hacerlo) hace más de 20 años, así que cada frase que escriba en realidad fue elaborándose por más de 20 años. Por lo mismo, decir que un texto sale en una sentada, en realidad esa sentada tiene un par de décadas. Poco después que la terminé, me acuerdo, se la pasé a un par de amigos que me dieron sugerencias muy válidas, pero no las pude aplicar. No supe cómo hacer. Entonces el texto quedó tal cual. En la corrección para la publicación del libro, me indicaron errores, por ejemplo sobre la ropa de albañiles y cosas así (agradezco muchísimo a Mario Castells, Carla Daniela y Dolores Reyes por la lectura atenta), por lo mismo la etapa de corrección ya fue más bien de aceptación de que ciertas partes debían ser retocadas. Pero los retoques fueron mínimos: palabras. Desde que terminé el libro pasaron demasiados años, así que no pude haberla corregido. Seguramente la hubiera querido reescribir. Decidí no correr ese riesgo y la dejé tal cual. Me valí asimismo de muchísimos libros leídos sobre fantasmas y las varias historias que conocía de la dictadura. Sería arduo detallar, pero ni la literatura fantástica ni libros sobre la dictadura me son enteramente desconocidos. Creo además que la política vertebra la mayoría de mis textos, trate sobre lo que trate.
Paraguay es un país desconocido, y su literatura más todavía. ¿Qué autores paraguayos no habría que olvidar? ¿Cómo es actualmente la literatura paraguaya?
Yo tengo la suerte de conocer de literatura paraguaya, gracias a que nací y me formé allí como persona adulta con inclinaciones literarias y demás. Lo que sí cuenta saber es que la Argentina ocupa un papel muy importante en la historia literaria paraguaya, porque gran parte de lxs escritorxs pasaron una temporada aquí y en muchas ocasiones incluso encontraron su vocación aquí. La Argentina fue usualmente un buen lugar desde donde mirar el Paraguay, y lo sigue siendo. Te doy algunos nombres para que los tengas cuenta, por si te cruzás con alguno de sus libros: Humberto Bas, Mónica Bustos, Javier Viveros, Aida Risso, Cristian Kent, Giselle Caputo, Eulo García, Carlos Bazzano, Claudia Pistilli, Cristino Bogado. Cito varios nombres porque son importantes y así tenés más opciones.
¿Cómo es eso de que fuiste rechazado por varias editoriales?
Es un misterio que también me gustaría develar. Creo que no se sabe. A veces debe ser que no es el momento del libro y otras veces quizá es cuestión de gustos. La verdad no sé. Tampoco sabría decir por qué la aceptaron publicar.
¿Cómo es posible mantener el tono poético en una novela, además de mantenerlo, mesurarlo, sin que resulte excesivo?
Creo que la gente que escribe narraciones sabe que el principal personaje de los libros es siempre el narrador, quien cuenta la historia. Entonces, una vez que aparece, ya está a su cargo el mantener y variar el tono cuando convenga.
Por último, ¿qué es Literapunk? ¿Cómo se originó?
Literapunk es un ciclo literario que hacemos desde hace 7 años con Diego Brixton y Martín Méndez. Antes, tuvimos por algunos años un programa de radio y los primeros literapunk salieron de los invitados al programa de radio. Lo hacemos en el Salón Pueyrredón, el segundo miércoles de cada mes. Hay un micrófono, un pequeño escenario, invitamos público y gente de letras y teatro y música, que nos comparten sus cosas. Al final, el micrófono queda disponible para el público, de manera que quien quiera pueda subir a usarlo.
extraído de http://www.polvo.com.ar/2019/06/de-vinsenci-roman/?preview=true&fbclid=IwAR2IYJlVy78h65Uk9gGeyA92sz7WeMxPHD_tVY_vxOj4F2CymPaYuKp4-zQ
Reseña #836- Los cazafantasmas - Revista Solo la tempestad 2019
Serenos en la noche, la nouvelle de Ever Román que publicó la editorial Cachorro de Luna, nos cuenta la historia de Sampedro, un albañil que empieza a cuidar a contraturno, la obra en la que trabaja durante el día en reemplazo de otros que abandonan el puesto porque, en palabras del capataz, “se cagan” (de miedo). A Sampedro, muy pronto, le tocará experimentar en carne propia los sucesos extraños que han hecho crecer el rumor de que la casa está embrujada.
Esta nouvelle nos cuenta muchas cosas y lo hace cambiando de carril a medida que avanza. En un inicio, nos presenta la dura situación de Sampedro, quien necesita trabajar de día y de noche, la solidaridad de Quispe, un colega que lo ayuda a construir una carpa para guarecerse del frío y el sacrificio de Ossorio, el guardia de la garita cercana, que hace veinte años pasa en vela las largas noches invernales. Este último es el que nos relata el drama de Amalia, la ex dueña de casa, atravesada por la militancia y entrada en la clandestinidad de su marido, la tortura y violación masiva por parte de un grupo de tareas, el descubrimiento atroz de su embarazo luego de aquel episodio, el exilio, el retorno a Argentina y la desaparición forzada de su esposo y su hija.
A través de Amalia vemos la historia trágica del país durante las tres últimas dictaduras militares pero en lugar de ahondar en una mirada realista sobre el pasado, la nouvelle se convierte en un cuento de fantasmas. El encargado de llevarnos por esta dimensión ya no es Ossorio sino Quispe, el único que oye y comprende las voces de los espectros del profesor, de Amalia y de la niña. Ese es un recurso interesante: cada personaje echa luz sobre una parte distinta de la historia y lo hace abriendo el juego de la representación.
Con el narrador externo pasa algo parecido porque nos aporta una reflexión distanciada de lo que leemos. Nos señala, por ejemplo, que la tormenta que se desata en un momento es frecuente en muchos relatos de fantasmas.
Hacia el final, en lugar de hacer crecer el miedo, la historia se abre el camino por el humor. Esta vez es Sampedro el que tiene la información que hace falta para develar el misterio. Luego de un sueño plagado de signos, se vuelve medium de los espíritus de Amalia, su esposo y la hija, y Quispe y Ossorio, dos graciosos cazafantasmas.
Serenos en la noche nos abre entonces interesantes preguntas: ¿podemos abordar el horror con humor? ¿Cuánto tiempo debemos dejar pasar para permitírnoslo? No es que la nouvelle se prive de mostrarnos el horror pero en cambio, sí nos ofrece una alternativa para exorcizarlo. Quizá porque el humor es el mejor vehículo para comunicar lo incomunicable o quizá porque produce emociones sanadoras es que podemos celebrar este libro y con él, la purificación que ofrece la risa.
Serenos en la noche (2018)
Autor: Ever Román
Editorial: Cachorro de Luna Editorial
extraído de http://www.solotempestad.com/romanxgall/
jueves, 27 de junio de 2019
poema escrito en el colectivo
adormece la lastra
de este cuerpo que acoge
gran acumulacion de pis
ronroneo, balanceo
parpado en cabeceo
y el sueño despliega
su angustiosa flor de pis
27/06/2013