Ed. Circe, 1995
El libro lo componen dos relatos, dos historias de mujeres, ambas ambientadas en los periodos iniciales de la revolución rusa del 17 – entre las fechas un poco anteriores e inmediatamente posteriores del triunfo de la revolución, en el primero; y en los periodos de estabilización de la misma en el segundo.
“Las damas de San Petersburgo”
Una muchacha casadera, Margarita, llega con su madre a un pueblo. Se instalan en una posada cuyo dueño es médico. Estamos en plenas escaramuzas entre el ejército zarista y el bolchevique. Nada es estable ni se sabe dónde irán a parar las cosas.
De repente, muere la madre de Margarita. Se escuchan estampidas de batallas lejanas. El médico sugiere enterrar sin mucha vuelta el cadáver, antes de que empiece a apestar, pues hace calor. Un carpintero mujik pide una fortuna por el ataúd. El médico negocia, mirando con altivez y desprecio al carpintero, pero este lo retruca llamándolo “camarada”.
Hay rabia hacia los burgueses por parte de los campesinos del pueblo, pero también lástima. Y los burgueses sienten miedo de los campesinos y sin decirlo ruegan compasión. Sin embargo, a pesar de en cierta manera quererlo, no se rebajan a sentimentalismos: no es el momento.
Margarita termina enterrando a la madre en el jardín de la posada, porque el cementerio está lejos, no hay quien transporte el cadáver (los campesinos están en otra, ya no pueden ser sirvientes).
Podría reducirse este cuento su claves simbolistas: el cadáver de la madre, apestando ya como la burguesía zarista, Margarita extraviada y sin privilegios de clase como toda su generación y la ascendencia de antiguamente desclasados, siervos, a la insólita condición de ciudadanos. Pero Berberova no deja pasar que se trata de personas, débiles, vacilantes, inseguras, en cierta manera incapaces de asumir la enormidad de lo que estaba ocurriendo en ese momento y que sin embargo asumirán, un poco fatalmente.
“Zoia Andreiévna”
A Zoia se le desgarraron los bajos de la falda y la pluma del sombrero se le rompió, además, lleva las ojeras excesivamente pronunciadas. Estos hechos, aparentemente triviales, los siente con más gravedad, con mayor carga trágica, que el haber perdido los bienes y privilegios de su anterior clase social. Los habitantes del pueblo al que arriba ven en ella, en sus ropas raídas y su cuerpo agotado y polvoriento, los brillos, aunque opacados, de refinamiento de la cultura burguesa, de los antiguos amos, en suma, de ese mundo misterioso que desconocen. La miran con una mezcla de envidia y repugnancia.
Las aventuras de Zoia se enmarcan en el momento de acoplamiento entre el viejo orden y el nuevo. El relato nos ilumina las formas de la decadencia y el aplastamiento, así como también las formas en que se asienta la revolución. Podría decirse, en fin, que es el relato del cambio de una estética por otra, con el dolor y la alegría que es implica. Como siempre, la prosa de Berberova, sin contemplaciones ni flojera, es magistral.
Berberova observa los detalles que alteró la revolución rusa: la vestimenta, el polvo, las telarañas, así como los nuevos brillos, las nuevas reglas de comportamiento social (palabras que surgen y se asientan, otras que desaparecen). Y también, sobre todo, la culpa. Si bien los del antiguo orden matarían a los bolcheviques sin parpadear, quizá, si pudieran, saben que no tienen a su favor ninguna ley divina, ni racional, ni nada. Les es doloroso haber caído, pero en cierta forma presiente que eso tenía que pasar.
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2 comentarios:
Excelente reseña, me encanta la época y tomo nota de esta joyita.
¡Un saludo!
Andrómeda, tanto tiempo!
ya encontré uno que no me gustó nada de berberova, pensé que o iba a suceder, pues en general sus libros son exquisitos.
Saludos!
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