El Osobuco de Ever
La comunidad judía de Asunción del Paraguay ante el Apocalipsis. Lo más normal del mundo.
Ese es el escenario de “Osobuco”, el cuento que cierra el libro homónimo, que el paraguayo Ever Román publicó por Pánico el Pánico a principio del 2011.
El orden de la extrañeza es doble, pero de tipos diferentes. Lo primero -¿judíos en Paraguay? Creíamos que era más bien territorio nazi…- es solo anómalo, probablemente debido a la propia y radical ignorancia acerca de la pujante sociedad israelita de Asunción; ahora: el Apocalipsis es cosa seria.
En el medio, un melodrama. Mínimo. (De eso nos quiere convencer el autor.) No hay ni melodrama ni fin del mundo –no en el presente del relato, pero sí en un futuro inminente-. Lo que tenemos es una historia sentimental de un padre de familia que quiere a su mujer y a sus hijas. Lo que hay, también, es una historia de fidelidad conyugal. De supervivencia en LA situación límite. Y en el medio, capítulos de especulación literaria acerca de asuntos sociológicos. Algo así como la relación de la ciencia ficción con el melodrama como el corazón de la sociedad asuncena. ¿Se entiende?
El cuento es otro camino del héroe. La cosa empieza en una carnicería, donde Biedermann –el héroe- sufre el maltrato y la humillación a manos de todos los que esperan detrás por un pedazo de carne. Amén del carnicero. Pero el carnicero está perdonado, porque cuando el saqueo se te viene encima, uno es capaz de cualquier bajeza. Nosotros, con el autor, extendemos una bula y seguimos a Biedermann cuesta abajo, llevándose de frente la puerta de su casa cerrada.
Pensamos lo peor. Pensamos: lo dejaron solo. Pensamos: mataron a todos.
Nah: porque esto no es un melodrama. Biedermann reúne a la familia y acepta ir a la reunión postrera de la micro-comunidad judaico-separatista para –esto lo comprende recién cuando ya está en el baile, cuando solo queda bailar- decir que no. No bailo. No con vos, dice Biedermann. Porque en ocasiones la redención pasa por darle la espalda a todos.
No es el único relato sentimental. Ahí está el padre con la nena en “Cajita de cartón”, arrastrando la paternidad frente a una madre que se lleva a tu hija lejos. Ahí está el cuento escrito con sangre de amor correspondido de la viuda de “Dolly”, que cuenta su desgracia en la pata de la mesa. Y ahí están sus contrapartes iniciáticas en “La fe en los pulmones” –que coquetea con el chabonismo zen de Casas- y el omnipresente Carver -que no es ajeno a ningún libro de estos tiempos- de “Una siesta calurosa”. En síntesis, un combo surtido, que tampoco le hace asco a la falsa alegoría del boludo bueno en “Homobono”.
Matías Pailos
Ese es el escenario de “Osobuco”, el cuento que cierra el libro homónimo, que el paraguayo Ever Román publicó por Pánico el Pánico a principio del 2011.
El orden de la extrañeza es doble, pero de tipos diferentes. Lo primero -¿judíos en Paraguay? Creíamos que era más bien territorio nazi…- es solo anómalo, probablemente debido a la propia y radical ignorancia acerca de la pujante sociedad israelita de Asunción; ahora: el Apocalipsis es cosa seria.
En el medio, un melodrama. Mínimo. (De eso nos quiere convencer el autor.) No hay ni melodrama ni fin del mundo –no en el presente del relato, pero sí en un futuro inminente-. Lo que tenemos es una historia sentimental de un padre de familia que quiere a su mujer y a sus hijas. Lo que hay, también, es una historia de fidelidad conyugal. De supervivencia en LA situación límite. Y en el medio, capítulos de especulación literaria acerca de asuntos sociológicos. Algo así como la relación de la ciencia ficción con el melodrama como el corazón de la sociedad asuncena. ¿Se entiende?
El cuento es otro camino del héroe. La cosa empieza en una carnicería, donde Biedermann –el héroe- sufre el maltrato y la humillación a manos de todos los que esperan detrás por un pedazo de carne. Amén del carnicero. Pero el carnicero está perdonado, porque cuando el saqueo se te viene encima, uno es capaz de cualquier bajeza. Nosotros, con el autor, extendemos una bula y seguimos a Biedermann cuesta abajo, llevándose de frente la puerta de su casa cerrada.
Pensamos lo peor. Pensamos: lo dejaron solo. Pensamos: mataron a todos.
Nah: porque esto no es un melodrama. Biedermann reúne a la familia y acepta ir a la reunión postrera de la micro-comunidad judaico-separatista para –esto lo comprende recién cuando ya está en el baile, cuando solo queda bailar- decir que no. No bailo. No con vos, dice Biedermann. Porque en ocasiones la redención pasa por darle la espalda a todos.
No es el único relato sentimental. Ahí está el padre con la nena en “Cajita de cartón”, arrastrando la paternidad frente a una madre que se lleva a tu hija lejos. Ahí está el cuento escrito con sangre de amor correspondido de la viuda de “Dolly”, que cuenta su desgracia en la pata de la mesa. Y ahí están sus contrapartes iniciáticas en “La fe en los pulmones” –que coquetea con el chabonismo zen de Casas- y el omnipresente Carver -que no es ajeno a ningún libro de estos tiempos- de “Una siesta calurosa”. En síntesis, un combo surtido, que tampoco le hace asco a la falsa alegoría del boludo bueno en “Homobono”.
Matías Pailos
3 comentarios:
"Dolly" merecía más espacio, eso sí.
Ey! Cómo no avisaste nada? Felicitaciones, Ever! Que sea el primero de una larga lista. (el próximo en Mondadori, eh!)
Pailos!
Hola, Ojaral!
Todavía no salió el libro, recién para mayo. Lo que pasa es que Pailos tienen influencias en la editorial y lo pudo leer antes... Sabés cómo son estas cosas.
¿Y el bebé!
Te debemos una visita hace un montón.
Vos sos el que tenés que publicar, no seas haragán.
Mandale mis saludos a Cami y Marina,
Un abrazo
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