lunes, 28 de febrero de 2011

“Una dama perdida”, de Willa Cather

“Una dama perdida” (A Lost Lady - 1923), de Willa Cather.
Centro Editor de América Latina, Buenos Aires 1977.
Traducción de León Felipe


Desde Cervantes, desconfiamos definitivamente del narrador. Llegado el caso, puede que incluso no nos agrade. Esto me pasó al principio con esta novela. Mis razones: no me agradaron su parsimoniosa prosa ni su subjetividad; sin embargo, el narrador fue resquebrajándose, y en sus intersticios vi las notas muertas de una melodía por donde soplaba una encantadora brisa de desesperación sonriente.
Una dama perdida transcurre en el oeste norteamericano, a fines del siglo XIX. El planteamiento se adecua los movimientos en boga de la fecha en que se publicó la novela (1923); a saber, vanguardia y modernismo*.
Por un lado, se narra el declive del sueño americano: el ocaso de los colonos aventureros del oeste de los Estados Unidos. Y por otro, hay una novedosa postura narrativa: la autora se desdibuja en uno de los personajes principales, sin caer en la primera persona. Esto es: ya que el tema es flaubertiano (las liviandades estético-vitales de una mujer), extrema el recurso del indirecto libre arrinconándose en uno de los personajes: Niel Herbert. A través de él, la novela vertebra un tono, una lírica y una visión ética de la vida.
En su particular bildungsroman, Niel Herbert sigue los pasos de Mirian Forrester, la joven esposa de un ingeniero de ferrocarriles, que posee una casa en Sweet Water, que es donde trascurre prácticamente toda la novela. Los Forrester son amigos del tío-padrastro de Niel, y por lo mismo crece compartiendo con ellos chispazos de su cotidianeidad. Como enamorados de Miriam, de su elegancia y belleza, de su encanto, vamos enterándonos de los pormenores de su vida: el matrimonio con un hombre mayor, su elocuencia hipnótica, su luminosa sonrisa y su inteligencia; posteriormente un amante, que deja la primera mancha de decadencia que irá creciendo a medida que avance la historia; luego la viudez, la depresión; después la adopción de un amante joven, el patán del pueblo (Ivy Peters, representante del impío y corrupto espíritu capitalista); por último vemos la ruina moral y económica de Mirian Forrester, que la lleva a alejarse de la vida de Niel, hasta que él termina despreciándola. Sin embargo, como los ajedrecistas que pueden adentrarse mejor en un juego sin tener el tablero enfrente, abstrayendo aún más lo abstracto de este juego, dándole el peso levísimo que le corresponde, Niel la perdona años después, y en su memoria descubre, luego de haber conocido muchas otras mujeres, lo que Mirian le enseñó; o más bien: le insinuó: la importancia del velo, o al decir de Barthes, el erotismo que hay en la piel entre la manga y el guante, que aparece y desaparece cuando se mueve la mano.
Es tan hermosa la descripción de esta página, que la copio:

«Llegó a alegrarse de haberla conocido y de que ella le hubiese ayudado a iniciarse en la vida. Desde entonces, ha conocido ya muchas mujeres, muchas mujeres inteligentes, pero ninguna como ella en sus mejores días. Sus ojos, cuando miraban a uno sonriendo, parecían prometer una delicia salvaje que él no había encontrado en la vida jamás. “Yo sé dónde está –parecían decir-, yo podría llevarte allí”. Le habría gustado invocar el espectro de la joven señora Forrester, como la bruja de Endor invocó el espectro de Samuel, y obligarla a que le dijese si realmente había encontrado una alegría eternamente lozana, encendida y tan fuerte; o si todo ello no era más que una deliciosa comedia. Probablemente ella no había descubierto más que las otras; pero tuvo siempre el poder de sugerir cosas más encantadoras que ella misma, como el perfume de una sola flor puede hacer surgir todo el encanto de la primavera.»
pág. 120

Lo más cautivante de Una dama perdida es la evolución de la novela. Como quien no quiere la cosa, casi nos aburre al comienzo, nos intriga en la mitad y nos emboba al final: y todo en la prosa, que va cambiando su esencia a medida que avanzan las páginas, dejando atrás poéticas que se superponen como esos sueños que vamos olvidando a medida que crecemos. La vida es una experiencia estética, nos dice, no es más que el desvelamiento de una máscara que oculta debajo otra máscara, y así.




* «La estructura externa de la novela es un verdadero ejemplo de cómo cohesionar una narración a partir de la simetría, la economía y la duplicación. Las dos partes que componen la novela constan de nueve capítulos y en cada una de ellas se reproducen escenas similares cuyas diferencias aportan importantes matices a la evolución de la historia y al efecto principal que se busca. ...» "Willa Cather: el reverso de la alfombra", de Empar Barranco Ureña. Publicacacions de la Universitat de Valèneia, 2008. Página 132




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2 comentarios:

CRISTINO PRO-CRASTINA dijo...

amo la era de la junta militar argentina: los libros ke se editabannnnnnnnnnnnnnnnnnnnnn.....fines de lso 70, gran epoka en traducciones, berger, la torta catolika (maestra de ann porter) willa, hawks, etc..de lo mejor...con tal ke no fuera la aburrida literatura marxista y peronista se permitaia dios!

e. r. dijo...

Willa Cather es hermosa, impresionantemente hermosa....