(foto prestada de www.espectaculosdeaca.com.ar)
Severa crueldad
Llegado a cierto punto, todo artista se pregunta cómo responder a la tradición. No se trata solamente de romper con lo anterior para crear algo nuevo, sino de cómo crear a partir de lo dado: masticar, digerir, ¿y luego?
Edgardo Dib se hace cargo del emblemático texto de Arlt, “Saverio, el cruel” (estrenado por primera vez en 1936), cambiando el artículo por un pronombre personal: “mi”. Es decir, se apropia de la obra desde el nombre y a partir de allí la lleva a un lugar cuyo paisaje es otro, aunque sin perder de vista los ejes –locura, poder, decadencia- sobre los cuales se asienta el original. El cambio de paisaje, que puede entenderse como una reducción de ámbito –de una clase social al fundamento de toda sociedad: la familia-, para con ello explorar más esencialmente los asesinatos cotidianos que vivimos, las tiranías íntimas, el desmantelamiento de los afectos fraternales, su desnudamiento, el núcleo cruel sobre el cual se basamenta eso que inocentemente llamamos hogar.
En la primera escena, que reescribe la reunión del té donde le celebran a la Alicia de Carroll su no cumpleaños, está la familia de Susana debatiendo sobre la mejor manera de convencer a Saverio –entonces encerrado en una habitación, dudando entre quedarse o marchar- para que haga el papel del coronel. A partir de allí, se conjugan los golpes a la mesa con las tazas, las comilonas de dulces, el té y el lemoncello, con la presencia-ausencia de Saverio, sugerido, visitado tras la puerta del fondo, siempre dubitativo, dirigiendo desde su escondite –un Godot, a su modo- las acciones y reacciones de una familia senil.
El humor clisé se aúna con juegos de palabras y gags bastante divertidos. Los personajes, interpretados por actores simplemente excelentes, son complejos y sometidos al dictamen del teatro, de la puesta en escena del mito fundacional: toda familia se inaugura con un crimen, que a la vez es la gran herencia.
El elenco de la obra -integrado por Stella Maris Brandolín, Liana Müller, Carlos Ponte, Cristina Pagnanelli y Claudia Todino- es sencillamente maravilloso. Sin embargo, es quizá cuestionable la utilización del espacio teatral, demasiado esquemático y estructurado –la escena se desplaza en conjunto, ocupando rincones, dejando vacíos, sin que nada lo justifique. Juega en contra esta puesta porque si bien la obra se maneja por esquemas, los móviles de los personajes son pasionales, dionisiacos, desenfrenados, con lo cual el cinturón de castidad espacial termina empequeñeciendo el desenvolvimiento de los cuerpos.
En cualquier caso, es una obra para no perderse. Un radical posicionamiento hacia la herencia de lo mejor del teatro argentino, a la vez que una reflexión sobre los desquiciados lazos familiares.
publicado en: http://www.espectaculosdeaca.com.ar/?p=8081
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