En un patio alguien pelea con un toro
-a la vista de todo el mundo, que grita-
y lo mata a puñetazos.
El toro es rosado,
hace muecas rindículas antes de morir:
su rostro se ablanda y deforma, se le caen los ojos,
se le desprenden los cuernos de la cabeza.
El toro da asco.
Sin embargo, el coro de curiosos
lo contempla encantado.
El matador sonríe con la boca desencajada.
Después del toro rosado, sueltan a otro
que el matador ejecuta aún más rápido,
pero a este no le prestan atención
pues parece hecho de cartón.
EL matador intenta exibir este nuevo
trofeo, pero la gente lo aparta a empujones:
luego se tienden ante el cadávere del toro rosado,
le abren la cabeza a machetazos,
le quitan el cerebro
y lo llevan hasta una máquina con
botones de microondas, pero yo sé
que en realidad es una heladera vieja.
Busco al matador y lo veo mirándome,
con los ojos acuosos, empequeñecido, pobre tipo.
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3 comentarios:
este poema está redondito, muy bueno, provoca seguir leyendo. Saludos
Tremendo...
los ojos de ustedes son poéticos,
por eso vieron poesía aquí.
Saludos!
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