sábado, 18 de junio de 2011

Sobre "El cráneo de Miss Siddal", novela de Augusto Munaro

Por Matías Pailos

(extraído de aquí)

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“El cráneo de Miss Siddal”, de Augusto Munaro (Editorial Pánico el Pánico, 2011), es una novela muy hija de puta. Uno ve –las ve- las claves para entender qué-está-pasando-realmente, qué carajo está intentando hacer este tipo con la novela, y cuando ya casi casi tenés cocinado el asunto: ¡paf! (1ro) Te muestra en qué estabas pensando (te dice: Marechal, Drácula, Romanticismo, Belleza y Felicidad), y (2ro) pega el volantazo, a velocidad de volantazo, para que te quedes como un orate, pedaleando en el aire.
Por ejemplo: lo primero que uno piensa es en un anacronismo ambulante. En una novela de pendejos serios –de 15, 25 años-, henchidos de pretensión y ganas indomables de demostrar que no son analfabetos. ¡Tutean! ¿Se entiende? Dicen: “¿Acaso no crees que Wilcock hizo bien en mudarse de lengua y marchar a Italia para siempre?”. Los insultos, por caso, son de esta calaña: “¡Parnasiano anglófilo!”.

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Munaro no es un pendejo. (Aunque seguro lo fue, a mi no me engaña. Sé reconocer a mi gente.) Los protagonistas, en cambio, atiborrados de literatura vieja, rancia, de esa que se lee en la adolescencia, hasta los 18 o 28 años, son de esos que dicen estar dispuestos a dejarse matar por la palabra, a morir para revivir a la Musa. Ellos son como muchos de nosotros éramos hace no mucho. El libro, así, es también un ajuste de cuentas con el pasado.
De todas formas, la novela abandona rápidamente el diálogo platónico conurbano (la cosa empieza y crece en una biblioteca -¿se entiende?- de un chalet Hurlingham, tierra de Sumo, a quienes -¿pueden creer?- no se menciona en ningún momento) para adentrarse en terrenos, digamos, diametralmente opuestos: la acción. Pero tampoco es que ahora lidiemos con whisky, putas y merca. La acción siempre es gratuita, y vana.

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Dos búsquedas dos: por un lado, La Pipa de Marechal. Por otro, el susomentado cráneo de Miss Siddal: poeta, pintora y, quizás más que todo lo anterior, Musa del Movimiento Prerrafaelista (con decirles que fue mujer de Rosetti…). Pero la primera es una reacción a la segunda, una aventura marginal y vernácula al lado de la empresa internacional y mucho más retrógrada que es la otra. Ambos periplos ocupan el ochenta por ciento del libro, poco más o menos. Pero en cierto sentido, son marginales. Porque lo que importa no es lo que pasa.

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El tema no es la Musa. El tema es el Enemigo. Este es un libro en contra. Es una descripción a conciencia y una caricatura del enemigo. El enemigo es literario en particular, artístico en general. Es la voluntad de representación, es el poner la trama por delante (como carro con caballos), es la voluntad de pureza, el clasismo, es rehuir el derrape. Pero Munaro mete al clásico con el romántico, todo en una misma bolsa, y les da sin asco. El libro es una burla permanente contra la idea de que el Gran Arte Expresa lo Profundo del Autor, El Corazón De Las Tinieblas. Sí: el libro es en contra, el libro quiere ser despiadado con el enemigo.
Tiene, en esto, dos antepasados notables. Uno explícito: el Quijote. Otro, trágico y reciente: La conjura de los necios, de Kennedy Toole. Como seguramente pasaba con Kennedy Toole, y como probablemente pasaba con Cervantes (digo, qué se yo. Que me desmienta), Munaro tiene mucho de esos de los que se burla. Y también, claro, de lo que se burla. Porque

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la novela funciona, también, como manifiesto estético. Como queda señalado: por la negativa. No queda tan claro qué le gusta a Munaro como qué le molesta.
“Hay que renacer. Destapar con el cráneo de Miss Siddal el modelo de la belleza trascendental. Junto a lo clásico asociar del surrealismo la sinceridad del inconsciente y lo mismo con el expresionismo y demás movimientos modernos.”
Eso –todo eso- molesta. Todos, en la novela, dicen buscar la resurrección del Arte & la Literatura. Pero nada indica que el autor crea que la literatura está muerta, exánime o falta de salud. Una contradicción performativa tiene lugar cuando lo que se dice es desmentido por el propio acto de decirlo. “El cráneo de Miss Siddal” y lo que dicen sus protagonistas conforman una contradicción de ese estilo. Los muertos que mataste gozan de buena salud.




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