1.8. La figura extrema de la "zona gris" es el Sonderkommando. Con este eufemismo ‑Escuadra especial‑ las SS se referían al grupo de deportados a los que se confiaba la gestión de las cámaras de gas y de los crematorios. Eran los que tenían que conducir a los prisioneros desnudos a la muerte en las cámaras de gas y mantener el orden entre ellos; sacar después los cadáveres con sus manchas rosas y verdes por efecto del ácido cianhídrico, y lavarlos con chorros de agua; comprobar que no hubiera objetos preciosos escondidos en los orificios corporales; arrancar los dientes de oro de las mandíbulas; cortar el pelo de las mujeres y lavarlo con cloruro de amoníaco; transportar los cadáveres a los crematorios y asegurarse de su combustión y, por último, limpiar los hornos de los restos de ceniza.
Sobre estas escuadras ya circulaban historias vagas y parciales entre los que estábamos prisioneros, y fueron confirmadas más tarde por las otras fuentes antes mencionadas, pero el horror intrínseco de esta situación humana ha impuesto a todos los testigos una especie de reserva, por lo cual aun ahora es difícil hacerse una idea de lo que significaba estar obligado a realizar durante meses tal oficio... Uno de ellos declaró: "En este trabajo, o uno enloquece durante el primer día o se acostumbra". Y otro: "es verdad que hubiera podido matarme o dejarme matar, pero quería sobrevivir, para vengarme y dar testimonio de todo aquello. No creáis que somos monstruos, somos como todos vosotros, aunque mucho más desdichados"... De hombres que han conocido esta privación extrema no podemos esperar una declaración en el sentido jurídico del término sino otro tipo de cosa, que está entre el lamento, la blasfemia, la expiación y el intento de justificación, de recuperación de sí mismos... Haber concebido y organizado las Escuadras ha sido el delito más demoníaco del nacionalsocialismo (Levi 2, pp. 46 y ss.).
Levi refiere, con todo, que un testigo, Miklos Nyiszli, uno de los poquísimos sobrevivientes de la última Escuadra especial de Auschwitz, contó que había asistido, durante una pausa del "trabajo", a un partido de fútbol entre las SS y representantes del Sonderkommando.
Al encuentro asisten otros soldados de las SS y el resto de la escuadra, muestran sus preferencias, apuestan, aplauden, animan a los jugadores, como si, en lugar de a las puertas del infierno, el partido se estuviera celebrando en el campo de un pueblo (Ibid, p. 40).
A algunos este partido les podrá parecer quizás una breve pausa de humanidad en medio de un horror infinito. Pero para mí, como para los testigos, este partido, este momento de normalidad, es el verdadero horror del campo. Podemos pensar, tal vez, que las matanzas masivas han terminado, aunque se repitan aquí y allá, no demasiado lejos de nosotros. Pero ese partido no ha acabado nunca, es como si todavía durase, sin haberse interrumpido nunca. Representa la cifra perfecta y eterna de la "zona gris", que no entiende de tiempo y está en todas partes. De allí proceden la angustia y la vergüenza de los supervivientes, "la angustia inscrita en todos del ‘tóhu vavóhu’, del universo desierto y vacío, aplastado bajo el espíritu de Dios, pero del que está ausente el espíritu del hombre: todavía no nacido y ya extinto" (Levi 2, p. 74). Mas es también nuestra vergüenza, la de quienes no hemos conocido los campos y que, sin embargo, asistimos, no se sabe cómo, a aquel partido, que se repite en cada uno de los partidos de nuestros estadios, en cada transmisión televisiva, en todas las formas de normalidad cotidiana. Si no llegamos a comprender ese partido, si no logramos que termine, no habrá nunca esperanza.
LO QUE QUEDA DE AUSCHWITZ, de Giorgio Agamben
Traducción de Antonio Gimeno Cuspinera.
Editorial Pre-Textos, 2005. Pág. 24 - 25
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