Beso

1
En el 68, hoy, subí, como cada tanto.
Fui hasta el fondo, aunque había poca gente. Y héte aquí el espanto: un gordo, pelado, de remera azul, comenzó a silbar, luego a gritar, con un humor excelente. Sus dientes brillaron contra el opaco atardecer.
Al igual que yo, un par de señoras se asustaron.

2
Me paré ante el asiento ocupado por una mujer de deslumbrante cabellera azabache. O su peluquero es un genio, o la naturaleza le prodigó una belleza excesiva.
Miré por la ventana, porque si bien los cabellos ondean, esta vez iban aplastados sobre la cara de la mujer, que dormía con la boca abierta.
¡Boca abierta!
Observé peatones.

3
Me alteré porque el chofer empezó a gritar:
-¡Muchacho! ¡Joven! ¡Ey!
El interpelado era un adolescente con piercing en la ceja derecha, que repartía volantes a los pasajeros. Cuando estuvo ante mí, se señaló la boca y los oídos. Me tendió un papel que envolvía una pulsera de madera. El papel decía, más o menos esto: "Soy sordo, soy mudo, soy pobre. Ayúdame comprando mi mercancía."
El chofer gritó un par de veces más. Por supuesto, el sordo no le hizo caso.
La pulserita, muy linda, tenía sin embargo estampada la figura de la Virgen María, en tintes blancos y azules.
Evidentemete, yo jamás compraría semejante mamarracho. Así que cuando el sordo estuvo cerca mío, le golpeé el hombro con el índice y le devolví su mercancía. Demás está decir que me miró con cara de culo.
Un par de minutos después, el sordo se acercó hasta el chofer. El chofer le dijo algo ininteligible en voz alta. El sordo se señaló la boca y los oídos, como por lo visto es su costumbre cuando le hablan.
El chofer, desconfiado, le dijo:
-¡No me jodas! Mostrame tu carnet...
El sordo entonces lo miró a los ojos, y apretó la mano derecha contra su boca: cuando la apartó, hacía el chofer, lo hizo con un sonido terrible, magnánimo. Pocos besos tan ruidosos son lanzados en el mundo.
El chofer se concentró en el viaje.
El sordo aún estuvo unas cuadras más, hasta una parada.

4





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