«Yo estuve una vez en una guerra -prosiguió el doctor-, en una ciudad pequeña, donde las bombas empezaban a romperte el corazón, y tú te ponías a pensar en toda la majestad del mundo en la que no podrías pensar dentro de un minuto si aquel ruido empezaba a caer. Yo bajé corriendo a una bodega y allí había una vieja bretona y una vaca a la que había arrastrado consigo, y, detrás, uno de Dublín decía: "¡Gloria a Dios!" en un susurro, al otro extremo del animal. Gracias a mi creador, yo tenía al animal de cara, y la pobre vaca temblaba sobre sus cuatro patas de tal modo que de pronto supe que la tragedia de un animal puede ser dos patas peor que la del hombre. La vaca iba soltando su estiércol por el otro extremo, donde la fina voz celta seguía sonando y decía: "¡Gloria a Jesús!" Y yo me dije: "Ya podría hacerse de día, para que yo pudiera ver qué tengo en la cara". Entonces hubo un relámpago y vi que la vaca volvía la cabeza hacia atrás de tal modo que los cuernos formaban dos medias lunas contra sus flancos y las lágrimas le empapaban sus grandes ojazos negros»
El bosque de la noche, de Djuna Barnes.
RBA Editores, Barcelona 1993. Pág. 35-36
Traducción de Ana María de la Fuente
1 comentario:
muy belio
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