«¿Qué hace, doctor Fretes?», pregunta Yegros a su anciano compañero a verlo tan concentrado. «¿Para qué son esos chips miniatura y todos esos aparatos?»
«Estoy creando los robots perfectos. Más bien los seres perfectos», responde jubiloso Fretes, reclinado en su silla frente a la mesa de trabajo.
«Pero si son hormiguitas.»
«Por eso mismo. Llevo años tratando de hallar la forma de imitar la perfección de su cerebro.»
Fretes lo mira estupefacto. Se coloca los anteojos casi dentro de los ojos y mira detenidamente las diminutas piezas esparcidas por toda la mesa. Las recoge luego cuidadosamente con la punta de los dedos. Las examina en silencio.
«Debo admitirlo», afirma Yegros luego de haberlas observado cerca de una hora. «Sí, son estupendos. Perfectos. Cualquier estúpido diría que los robots ideales deben imitar la inteligencia del cerebro humano. Pero mirando bien cómo van las cosas, copiar un ser tan miserable como nosotros no nos puede llevar a ningún lado. Pero dígame algo, doctor Fretes: lo de la irresistible necesidad de autoridad, ¿lo dejará intacto? Pues las hormigas son monárquicas, ¿ha pensado en eso?»
«No se los quité. No sé cómo pensará usted pero yo no veo un impedimento moral, para mí se trata de un orden esencial para sobrevivir. No les implanté ningún tipo de sentimiento nuevo que difiera al de las hormigas normales. No me interesa que planeen revoluciones ni escriban periódicos de moda o amarillistas, ni nada por el estilo. Solo su compañerismo me importa, y su respeto por el trabajo de los demás. ¿Se fijó en interesantísimo desinterés por la codicia?», pregunta Fretes.
«Sí, ya veo. Y también me doy cuenta de que pasarán por lelos frente a las supercomputadoras y los demás equipos de inteligencia artificial. Pero claro: no estarán solas, así que no les importará.»
«Serán equipo», continúa Fretes. «Cuando hay compañía, qué importancia puede tener un rey. Serán felices. No pasarán navidades solos, ni pascuas, y si son ateos como supongo, permanecerán unidos por su amor al prójimo. Siempre tendrán por qué estar juntos. No serán como usted o yo, que por nuestras ocupaciones nos pasamos meses sin contacto con nuestras familias. No extrañarán ningún lugar porque su hogar será su familia, ni pelearán por amor pues se amarán entre todos por igual; no desearán propiedades privadas porque todo lo querrán para todos. ¿Comprende ahora? Y, sobre todo, no conocerán la soledad.»
Fretes mira hacia el suelo como arrepentido de lo que dijo.
«No conocerán la melancolía ni la nostalgia. Estarán siempre donde deben estar. No conocerán la soledad», dice Yegros.
Ante esta sentencia los dos hombres ponen un rostro gris y fruncen el ceño.
A través de la puerta del pasillo entra una mujer para limpiar las habitaciones. Tiene puesto un delantal blanco y una cara burlona.
«¿Cómo están hoy, señores?», les pregunta la mujer y acto seguido comienza a barrer con indiferencia, un poco apartada de los hombres que la miran con recelo. Ninguno de los dos le responde la pregunta.
«Salgamos afuera a caminar. Vamos al comedor del jardín a tomarnos un café», propone Fretes a Yegros, susurrándoselo al oído sin dejar de mirar a la enfermera. Ésta sonríe mirando el piso.
«Sí, vamos».
La mujer los mira con una expresión de cariño mientras se alejan. Fretes es más bajo que Yegros. Avanzan unos cuantos metros por un pasillo bordeado de plantas y árboles de variado tipo. Hay muchos hombres y mujeres caminando de un lado a otro de la institución, algunos sin decir nada, otros hablan bajito, unos pocos berrean ininteligiblemente. Fretes y Yegros llegan a la cafetería, atendida por una señora mayor bastante voluminosa, piden dos cafés con leche. Son atendidos con desgana. Recogen el pedido junto con dos galletas viejas y van a sentarse a un banquito verde oscuro que está cerca de una planta de aloe vera. Es una maravillosa tarde de primavera. El viento silencioso y delicado agita suavemente las hojas de los árboles. La luz del sol es intensa y tibia, alumbra hasta los rincones más profundos del intelecto de los dos científicos, que beben su café con leche, parpadeando, comiendo cada tanto un pedazo de galleta.
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10 comentarios:
Qué belleza, Ever! Ese final, por dios que se lo envidio. Esa tristeza tranquila y compartida, y no los robots hormigas, que puede ser que no deseen nada, pero tampoco conocerán la amistad callada y triste de los científicos, la ternura de la empleada, ni las ganas de crear algo tan perfecto como ellas.
Saludos!
Hermoso! Lleno de imágenes, de sensaciones, la soledad de esos hombres se percibe con tanta intensidad...Me encantó.
Me deja sin palabras, lo felicito.
Un beso.
que tranquilidad...
...
Cuando descubrimos la peculiaridad de nuestra libertad, de la fortuna de tener opciones... de elegir; y además volteamos a nuestro alrededor y nos vemos y sentimos solos, es natural sentirse tristes. Más que tranquilidad denoto tristeza en esos bellos personajes que presentas.
Ese par de seres solitarios, que para hacer un lado el aburrimiento -que va de la mano de la soledad-, intentan en vano darle un orden.
Vaya narrativa. Eres una pluma experta. Mi maestro de taller te felicitaría, de eso estoy segura.
Mafalda
hola Ojaral, cordelia, natalia, mafalda: gracias por los comentarios. son las personas más dulces que conozco. no sé qué más decir. gracias. besos
De nada, Ever. Son $50.
Uf, "la institución", esa forma ladeada de aludir a la locura. Buenísimo el relato, Ever.
Bello relato y muy interesante blog.
Vengo a agradecer la visita.
¿Oñataí? ¿está en lengua guaraní?
Saludos
Ever
Bello cuento. Me recordó -aunque la historia es diferente- a uno de Issac Asimov: "Intuición Femenina", donde en un futuro completamente robotizado, una bella robot demuestra que a hasta en esos seres tan evolucionados, la intuición -más bien, algo de malicia- femenina, "mata" al arrogante genio masculino.
Su cuento, repito, es precioso.
Un saludo
ey, Ojaral, es muy caro $50. ¿lo dejamos en $5? este relato lo escreibí hace mucho. Este relato, Cordelia, lo escribí cuando tenía 19. Oh la tranquilidad, es algo que buscamos todos por lo menos un rato cada día, ¿no le parece, Naty? Me acuerdo solamente de la página en blanco en frente y el no tener la puta idea de cómo terminar. Nos sentimos todos un poco hormigas alguna vez, supongo. Y estoy seguro, Mafalda, que tu profe de taller tendría unas cuantas largas sugerencias. La institución, Vero, aunque no lo aluda el relato, somos nosotros, ¿no? Sí, Angeek, oñatöi es guaraní, algo así como dar un coscorrón.Efectivamente, Marichuy, si forzamos un poco la lectura podría pasar hasta por un cuento de ciencia ficción, así que el parecido con algún ambiente de Asimov no sería raro, lo que sí tiene es un dejo de cursilería semejante al ruso. Es bastante particular lo que uno se pone a escribir al contestar comentarios. Una mezcla de verguenza, risa y solemnidad. En fin, gracias por pasar. saludos
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