(fragmentos)
Miércoles 18 de agosto del 2004
Llegué acá como las ocho de la noche, creo que ya no es miércoles, sino jueves de madrugada, debo tener un reloj. No hay mucho que decir. Pero a fin de cuentas esto no se trata de tener algo que decir, sino simplemente de escribir. Me bajé del colectivo en la plaza del centro, que es grande, cuadrada, con altos árboles y gente caminando de aquí para allá, estuve parado en la esquina de esta plaza por 15 minutos, fumando el último cigarrillo del único paquete de Palermo que había traído, pensando qué carajos hacer, luego compré este cuaderno que uso ahora de una galería donde fui a buscar más cigarrillos.
Me fumé varios puchos del nuevo paquete, Viceroy, sentado en una vereda, mirando la fría noche chaqueña, las caras de la gente que parece endemoniadamente tranquila, oliendo la suave polvareda que levanta el viento sur, viento antártico, frío, antes de decidirme a buscar donde dormir. Pregunté por un centro cultural, uno llamado El Monasterio, a las primeras personas que se me cruzaron enfrente. El Monasterio es el centro cultural del que me habló El Gusano, y supuestamente él conoce a los dueños y ellos le conocen a él. Apenas consulto dos veces en la calle y ya una tipa viene a decirme que El Monasterio está acá, a 3 cuadras. Entonces me ajusto la gorra (hace un frío de mierda, frío seco del Chaco) y camino entre gente que mira raro las tres dichosas cuadras.
Llego a una casa destartalada. Adentro hay ruido de tambores, gente que habla. Golpeo. Una tipa flaca abre la puerta, me mira y me dice sonriendo:
«¡Hola! ¿Qué necesitás?»
«Un lugar donde dormir. Vengo de Asunción, soy amigo del Gusano y él me dijo que si venía a Resistencia pase por su casa o por El Monasterio, y como no sé dónde vive y no puedo andar preguntando por un gusano, vine acá.»
Antes de que me explique más, la tipa me estira para adentro y me ofrece una silla. La tipa se llama Viridiana y es la novia de Freddy, el dueño del centro cultural El Monasterio.
Estuve sentado en un sofá viejo, entre dos tipas y dos tipos, mirando el techo, fumando, abrazando fuerte mi mochila. Ellos conversaban como si no hubiese venido nadie de la desesperada noche asuncena a pedir cama a este destartalado centro cultural del chaco argentino.
Mientras hablaban, uno de los tipos no paró de tocar el tambor ni por un puto segundo. El tipo que no paraba de tocar el tambor se llama Mariano, o Mario, y está de la cabeza.
Después de una hora (no entendí de qué hablaban por el intenso ruido del tambor) empezaron a fijarse en mi persona y Viridiana se sentó a mi lado y preguntó cómo andaban las cosas por Paraguay.
«Y no andan», le dije.
Entonces hicieron ronda y me dedicaron toda su atención: me preguntaron lo del incendio del supermercado Ycuá Bolaños, que qué pensaba yo al respecto, ¿fueron 400 o 600 los muertos?, ¿es tan gordo como dicen el hijo de puta del dueño que mandó cerrar las puertas?, lo vieron por tele, qué espanto, me preguntaron si yo tenía parientes que habían sido carbonizados, ese tipo de cosas.
Al final me dejaron este sofá para usarlo de cama.
El centro cultural El Monasterio es una casona de los años cuarenta, bastante maltratada por el tiempo. Es peculiarmente sombría. Hay esculturas inacabadas, en madera y yeso, por todas partes. Freddy es escultor, y el centro cultural es por sobre todo su taller. Acá todo el mundo expone, me dicen. Se ven tiradas por ahí algunas pinturas sobre cartón y tela, con colores fuertes y llenas de polvo. Algunas deben ser de Viridiana, porque tenía los dedos manchados de pintura al abrirme la puerta.
El Mario o Mariano ese, está demasiado pirado. Qué tipo desagradable.
Viridiana y Freddy, en cambio, son adorables. ¡Me dan un sofá!
Jueves
Acabo de despertarme. Estoy lleno de polvo.
Salí de Asunción a las 5 de la mañana del martes, mientras los perros estaban chupando en el bar, tomé un 24 hasta el desvío del Puente Remanso, empezó a amanecer mientras caminaba hacia Clorinda, en Falcón hice dedo pero nadie me alzó, así que caminé, llegué en la noche al puesto policial de Clorinda y me acosté a dormir al lado de la ruta, sintiéndome protegido por los policías, aunque los imbéciles me habían tratado como trapo, revisándome hasta el culo por si traía marihuana. Todos los canas son hijos de puta sin importar de dónde sean. Poco antes del amanecer, desperté y seguí andando, caminé como 100 km hacia Formosa, bueno, no sé si tantos, pero fueron como 17 horas, iba a pocos metros paralelo de la ruta, hacía dedo pero nadie me dio bola, y así seguí, paré para comer solamente una vez.
Me duelen todavía los pies. Lo cierto es que no pensé en absolutamente nada durante la caminata, ni miré el paisaje y casi no tomé agua. Solo fumé cigarrillos y llegado a un punto me cansé, en medio de la oscuridad sin estrellas ni horizonte, viendo cada tanto ráfagas de coches y colectivos que pasaban a mi lado, entonces busqué un rincón bajo un arbolito, me acosté usando mi mochila como almohada y dormí.
Antes de que amanezca, me desperté porque me volvieron las pesadillas de siempre, las que me dan en el bar.
No me acuerdo ni me importa qué soñé, estaba Fanny, o Laura.
Por la mañana caminé unas pocas horas, esto fue ayer, y me alzó un coche y me llevó hasta una estación de Servicio de Formosa y allí me alzó un camión transganado chileno que me trajo hasta la entrada de Resistencia y allí me tomé un micro y acá estoy ahora, en El Monasterio.
Freddy viene como a las 10 de la mañana. Si no estoy dormido empieza a hablarme de los paseos que hizo por Asunción, de sus paseos por el norte de Argentina. Es flaco, alto, habla mientras esculpe un escudo en madera de pino. Un rato después llega Viridiana y se sienta afuera, ordenando sus dibujos y se mete en la conversación.
Me contaron ayer la historia del Mariano o Mario, el tipo del tambor que tocaba como un estúpido Matzerah hasta desesperarme los tímpanos el día que llegué. Mario participó hace unos años de un casting en Buenos Aires en el que iban a seleccionar un quinteto de música pop, el Famoso “Mambrú”, un sorete más sorete que los Back Street Boys. Al parecer, Mariano estuvo entre los diez finalistas, emocionado como la mierda y cantando por todas partes la basura que le pedían en el casting. Pero al final no fue seleccionado para conformar el quinteto. Se deprimió unos días, después empezó a perseguir sistemáticamente a los productores del casting, acosándoles en sus domicilios. Estuvo a punto de terminar como un linyera por las calles bonaerenses, pero el padre, que es de Resistencia, fue y le trajo de vuelta acá. Mario estuvo como un zombie durante un año entero, hablando solamente de Mambrú, hasta que conoció a Freddy y empezó a frecuentar El Monasterio. Aprendió a esculpir madera y en eso anda. Pero está todavía rematadamente loco.
2 comentarios:
Eesssaaaaa Ever! Kerouac en Formosa!
Me gustó el cuento. Seguilo!
jajajaj!
Encima sigue! lo que es peor! tiene, si mal no recuerdo, unos 6 años, de mis 21...
Grcias por la visita!
Saludos, Ojaral
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