martes, 16 de julio de 2019

SERENOS EN LA PROVINCIA DE LA LITERATURA FANTÁSTICA - Revista Polvo 2019





Por Bernabé De Vinsenci

La novela de Ever Román, autor paraguayo nacido en Mariscal Estigarribia en 1981, Serenos en la noche (Cachorro de Luna, 2018) nos introduce de sopetón —y sin evadir ni sortear, ante la sorpresa del lector, la destreza con que lo hace— en la escena de la historia: Sampedro quiere ser sereno de la casa en construcción en La Floresta en la que trabaja, a pesar de que otros han desistido, porque necesita plata. Antes de que se impusiera la obra, nos enteramos en boca de otros personajes, había una casa chorizo en la que vivía una anciana que murió de síncope y que fue devorada por sus propios gatos, y mucho antes de que fuera devorada por los gatos, nos enteramos también en boca de otros personajes —la historia se reproduce, a veces más a veces menos, de esta manera—, que la dueña fue docente de portugués, violada por los militares y rechazada por un hijo producto de la violación. La novela permite dos lecturas, o las impone, que el lector puede escoger de manera racional o intuitiva: la tragedia o la tragicomedia. A Román mientras la escribía, por ejemplo, lo hizo reír. Luego suceden episodios paranormales —siempre con una chispa de humor, la formalidad se suspende, aparece episódicamente, quizás como fin secundario— que desconocemos a ciencia cierta si son verdaderos o —lo que nos recuerda a Desplazamientos, de Mario Levrero— transcurren en la cabeza de Sampedro.
¿Cómo nace Serenos en la noche? ¿Cuál fue el puntapié inicial? ¿En cuánto tiempo fue escrito? El autor dice que la escribió en una semana. Golpeó puertas, la olvidó —la nouvelle fue escrita en el año 2012— y los editores de Cachorro de Luna le pidieron algún un texto para publicar, se interesaron y finalmente el año pasado salió a luz. Lo que el lector quisiera saber, como en toda pequeña gran obra, es cómo nace esta nouvelle. Ever dice: “Durante uno de los talleres literarios que dicto improvisé casi todo el cuento, a ver si inspiraba a los asistentes a escribir algo, pero no prosperó. Entonces me dije, lo voy a escribir yo”. Además de dedicarse a la escritura, Ever dicta talleres literarios en instituciones psiquiátricas. “Después, en la escritura, acepté todas las ocurrencias que me vinieron así de buenas a primeras. No tengo mucha ocurrencia en general, así que tampoco tuve que rechazar nada”, agrega el autor. Serenos desdice al autor, no parece un texto escrito por un autor de “pocas ocurrencias”, por el contrario la nouvelle tiene la cualidad de ser muy ocurrente, al punto que despierta sentimientos confusos.
¿Hubo búsqueda poética? “Siempre”, dice el autor. El texto deja constacia. Desde el primer párrafo, vale hacer un paréntesis, el autor deslumbra por su habilidad narrativa cuando al referirse a los albañiles —más próximo a lo poético, a la candidez poética, que a lo narrativo— escribe “se afanan como hormigas en los detalles”; la nouvelle, si bien es narrativa —el habla, o sea lo ordinario, lo más vulgar de la historia, solo aparece en los personajes y en la suerte de monólogo de Ossorio, aunque sostiene el tono—, no pierde el entusiasmo poético, coexiste lo narrativo con lo poético, el autor se desliza por fuera de lo literal, de lo intimista, de la literalidad; el afán poético, cabe decir, no es azaroso; en una entrevista, tiempo atrás, Román afirmaba que no piensa en la poesía sino que la siente —podríamos decir que está enquistada en él— y aseguraba además su devoción por la poesía y que sus lecturas son esencialmente de poetas. También confesaba que ha sido rechazado por numerosas editoriales, lo cual con solo leer Serenos es, sin lugar a dudas, una injustica olímpica, posiblemente un ninguneo, y deja entrever la endogamia porteña y el estandarte monotemático de los textos, al menos en el mundillo editorial, ¿o será acaso que Román —proponiendo universos propios, mucho más logrado que los sobrenaturales de Mariana Enriquez— está por fuera de todo modismo, del relato intimista (o no) clasemediero?
Cachorro de Luna está dirigida por Abel Franzen y Mario Castells. Entre otros han editado a Fidel Maguna, Kike Ferrari y Carla Benisz. La editorial tiene aproximadamente una década de existencia. Es la continuidad del sello editorial La Pulga Renga que editó nueve volúmenes de poesía. A diferencia de esta, Cachorro de Luna amplía sus intereses en otros géneros como el ensayo y la narrativa. Lo que resulta insólito, en exceso, ya que la voz narrativa de Román es madura, tenaz y se propone además realizar ciertos guiños narrativos que lo hacen original, auténtico, genuino.
Por un lado Serenos en la noche, se puede decir, no es una sátira de los procesos militares, pero sí un desajuste, un resquicio de la solemnidad con respecto a todo lo que se ha escrito sobre la postdictadura. Cuando Ossorio, el guardia de la cuadra, narra cómo fue violada Amália —la antigua dueña de la casa— por los militares, los albañiles indignados dicen “tu historia no tiene ninguna gracia, pajero. Es una historia deprimente”. Lo que dice el personaje es la renuncia que, posiblemente, puede llegar a tener un lector que se aveza en estos tipos de textos, además de refrenar el relato pornográfico.
Hay que leer Serenos de la noche en esa clave: como la “desolemnización” de los tiempos aciagos de nuestro país y quizás como la aparición de los desaparecidos, en el que entre tanto desasosiego, con remiendos narrativos, el lector puede sonreírse —no de lo trágico propiamente dicho, sino de la ebullición de la literatura compungida que narra hechos trágicos, repitiendo hasta el hartazgo, en menor o mayor medida, lo que todos mínimamente sabemos— y en el que no hace falta apelar a la primera persona o, como muchos, al relato de infancia; solo basta hacer uso de la polifonía de los personajes, hacerlos hablar, incluso en el monólogo de Ossorio aparecen más voces, voces sobre voces. Sin embargo, subrayar la desolemnización sería rebajar el propósito del autor ya que Serenos se parece más a un delirio, a una alucinación, que a una historia realista histórica, que en verdad es lo que es, delirio y alucinación, o más bien, realismo delirante, o como la han llamado, novela de fantasmas. “Lo que yo quería”, dice el autor, “fue contar una historia de fantasmas y albañiles. Pero sobre todo, contar el género, hablar con él, quizá no tanto parodia sino algo meta. Cuando me puse a escribir todo viró a la parodia”.
Román busca no despanzurranos de risa, aunque por momentos lo logre, sino ponerle un velo al dramatismo —a pesar de que la historia de Amália sea lúgubre y terrorífica—, añadirle apariciones, voces, murmullos, hechos sobrenaturales, y traducirlo en risa o desasosiego, ¿sabe Ever que nosotros, sus lectores, en el transcurso de la lectura carcajeamos ante sus personajes o a menudo nos compadecemos por ellos? “Aunque la historia es muy triste en gran parte la escribí con alegría, pues me movió un gran cariño por los personajes, sobre todo hacia Amália”, dice el autor.
La novela es corta pero en sus escasas páginas (exactamente ochenta y tres) coexisten varias pretensiones, desde la risa hasta la desconsuelo. Ni bien comencé a leerla supuse que la novela tomaría el rumbo de albañiles alcohólicos, asados de por medio, misoginia, piropos y una rutina sumida por un trabajo desgastante entre cal y cemento. Lo que suponía era una novela convencional —vale aclarar e insistir, bien escrita e hipnótica desde el comienzo— pero a medida que la historia avanzaba como por ejemplo cuando Sampedro es poseído por el espíritu de Amália, o el vigilante de la cuadra hace uso de su voz tendidamente, me percaté de que la novela era auténtica, rara. Y más aún sin saber la procedencia de los personajes, lo que le deja espacio a la imaginación; saberla hubiese presupuesto un universo, una historia predeterminada, nadie sin embargo sabe ni sabrá la procedencia ni siquiera el autor, aunque podrían haber sido jujeños, tucumanos, bolivianos o paraguayos, pero como dice Román: “Salieron de la provincia nomás, de la provincia de la literatura fantástica”.

Decías que la novela nació en uno de los talleres que dictás, antes que nada quisiera preguntarte por eso; sé que es difícil trabajar con personas que padecen diferentes patologías y creo (permitime el prejuicio) que muchas veces esas voces al momento de escribir son incoherentes o estrambóticas, ¿cómo son los talleres que dictás? ¿Se logra comunicabilidad en los textos? ¿Qué efectos tiene la escritura en ellos?

Los talleres que doy forman parte de dispositivos de Hospital y Centro de día, así que están enlazados con otros talleres de arte: pintura, manualidades, teatro, música, etcétera. Entonces no están pensados precisamente para formar escritores, sino para canalizar emociones, entretener, orientarse, crear, sublimar y similares. No hay una exigencia de comunicabilidad, sino principalmente lo que se pide o sugiere es una práctica, en mi caso la de la escritura o la elaboración de materiales audiovisuales. Los efectos son varios y privados en cada uno, pocas veces lo comparten conmigo, exceptuando las veces que les causa mucho placer o alto disgusto, o les trae a colación algo de sus vidas y cosas así. Sin embargo es cierto que también me tocó muchas veces trabajar en los talleres con personas que se dedican a alguna actividad creativa, como actorxs, escritorxs y demás, y el trabajo con ellos es distinto y depende siempre de lo que deseen o estén dispuestos a hacer.

Serenos en la noche es una excepción dentro del género, o sea por un lado es un texto sobre la posdictadura, muy fuera de lo convencional, y por otro, un texto meramente fantástico, ¿cómo fue el proceso de escritura, mantener el ambiente, el tono? Aunque digas que lo escribiste en una semana, creo que fuiste elaborándolo. Se percibe. ¿De qué cosas fuiste valiéndote? Calculo que si escribiste la novela en el año 2012 y la publicaste el año pasado, sufrió correcciones e incluso indicaciones por parte de la editorial, ¿o no fue así?

Sí, efectivamente, es cierto que aunque lo escribí en una semana lo fui elaborando. Escribo con asiduidad (o pretendo hacerlo) hace más de 20 años, así que cada frase que escriba en realidad fue elaborándose por más de 20 años. Por lo mismo, decir que un texto sale en una sentada, en realidad esa sentada tiene un par de décadas. Poco después que la terminé, me acuerdo, se la pasé a un par de amigos que me dieron sugerencias muy válidas, pero no las pude aplicar. No supe cómo hacer. Entonces el texto quedó tal cual. En la corrección para la publicación del libro, me indicaron errores, por ejemplo sobre la ropa de albañiles y cosas así (agradezco muchísimo a Mario Castells, Carla Daniela y Dolores Reyes por la lectura atenta), por lo mismo la etapa de corrección ya fue más bien de aceptación de que ciertas partes debían ser retocadas. Pero los retoques fueron mínimos: palabras. Desde que terminé el libro pasaron demasiados años, así que no pude haberla corregido. Seguramente la hubiera querido reescribir. Decidí no correr ese riesgo y la dejé tal cual. Me valí asimismo de muchísimos libros leídos sobre fantasmas y las varias historias que conocía de la dictadura. Sería arduo detallar, pero ni la literatura fantástica ni libros sobre la dictadura me son enteramente desconocidos. Creo además que la política vertebra la mayoría de mis textos, trate sobre lo que trate.

Paraguay es un país desconocido, y su literatura más todavía. ¿Qué autores paraguayos no habría que olvidar? ¿Cómo es actualmente la literatura paraguaya?

Yo tengo la suerte de conocer de literatura paraguaya, gracias a que nací y me formé allí como persona adulta con inclinaciones literarias y demás. Lo que sí cuenta saber es que la Argentina ocupa un papel muy importante en la historia literaria paraguaya, porque gran parte de lxs escritorxs pasaron una temporada aquí y en muchas ocasiones incluso encontraron su vocación aquí. La Argentina fue usualmente un buen lugar desde donde mirar el Paraguay, y lo sigue siendo. Te doy algunos nombres para que los tengas cuenta, por si te cruzás con alguno de sus libros: Humberto Bas, Mónica Bustos, Javier Viveros, Aida Risso, Cristian Kent, Giselle Caputo, Eulo García, Carlos Bazzano, Claudia Pistilli, Cristino Bogado. Cito varios nombres porque son importantes y así tenés más opciones.


¿Cómo es eso de que fuiste rechazado por varias editoriales?

Es un misterio que también me gustaría develar. Creo que no se sabe. A veces debe ser que no es el momento del libro y otras veces quizá es cuestión de gustos. La verdad no sé. Tampoco sabría decir por qué la aceptaron publicar.

¿Cómo es posible mantener el tono poético en una novela, además de mantenerlo, mesurarlo, sin que resulte excesivo?

Creo que la gente que escribe narraciones sabe que el principal personaje de los libros es siempre el narrador, quien cuenta la historia. Entonces, una vez que aparece, ya está a su cargo el mantener y variar el tono cuando convenga.

Por último, ¿qué es Literapunk? ¿Cómo se originó?

Literapunk es un ciclo literario que hacemos desde hace 7 años con Diego Brixton y Martín Méndez. Antes, tuvimos por algunos años un programa de radio y los primeros literapunk salieron de los invitados al programa de radio. Lo hacemos en el Salón Pueyrredón, el segundo miércoles de cada mes. Hay un micrófono, un pequeño escenario, invitamos público y gente de letras y teatro y música, que nos comparten sus cosas. Al final, el micrófono queda disponible para el público, de manera que quien quiera pueda subir a usarlo.



extraído de http://www.polvo.com.ar/2019/06/de-vinsenci-roman/?preview=true&fbclid=IwAR2IYJlVy78h65Uk9gGeyA92sz7WeMxPHD_tVY_vxOj4F2CymPaYuKp4-zQ

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