lunes, 11 de marzo de 2019

El nacimiento de la escritura


Ayer Ramón, participante del taller de literatura del psiquiátrico, me mostró su cuaderno anotador, de cuya existencia ya me había hablado en clases pasadas. En él apunta sus pensamientos y ocurrencias desde hace ya algunos años, mucho antes de ser internado. Mientras hojeo el cuaderno, Ramón me cuenta cómo empezó a escribir. Era empleado de metrovías y asistió a un curso de capacitación, en el que enseñaban sobre electricidad, sistemas de vías, señales de tránsito, tipos de trenes y todo lo posible acerca de las contingencias del trabajo. El profesor les pidió encarecidamente que anoten las clases con el mayor cuidado posible, pues la información iba a resultarles muy útil. Ramón por tanto anotaba todo con suma atención, hasta que se dio cuenta de que entre las palabras del profesor y los gestos que hacía, había una diferencia notable, como si mandara un doble mensaje: su voz apuntaba a lo laboral, pero las manos, que se movían con una codificación extraña, le enviaba mensajes distintos. Estuvo varios días decodificando el mensaje de las manos del profesor hasta que consiguió entender. Le decían que debía cambiar su forma de escribir y en vez de ocuparse de números y dibujos geométricos, empeñarse más en la descripción de los detalles de las clases. Enseguida pasó a pedirle que extienda sus apuntes a la vida entera y tome nota de todo lo que pensaba. En el cuaderno de Ramón se nota ese cambio: las primeras páginas son de números, dibujos de instalaciones, algunos nombres de máquinas; de repente entre estos datos de clase se intercalan comentarios aíslados sobre cuestiones más peregrinas: sobre el color de los trenes, el uniforme de los empleados, el pelo de los compañeros de las clases de capacitación, nombres. Hacia la mitad ya se vuelve completamente literario, aunque la escritura es compleja, pues consta de palabras, borrones (sin que haya nada borroneado) y manchones, líneas y círculos, dibujos de aparatos complejos y difíciles de identificar o asociar con alguna cosa. "El profesor me pedía que aprenda a escribir y anotar todo de mi vida, pues iba a serme útil. Me pedía muchas veces y yo intentaba y no salía. Yo me esfuerzo mucho, pero no sale", me dijo Ramón. Recuerdo una frase de su cuaderno: «Mientras camino por la noche miro las luces alfa». En una misma página aparecen varias cosas, raras veces relacionadas entre sí: pensamientos poéticos, nombres de máquinas, dibujos como de ciencia ficción, etcétera. "Yo me concentro mucho, pero me sale todo destraventriculado", me dijo Ramón. "¿Destraventriluocado?", le pregunté. "Destra-ven-tri-culado?", me repitió Ramón. Le devolví el cuaderno y le pregunté: "¿Sobre qué estás escribiendo ahora?" "Yo escribo sobre lo que me pasa todos los días" -dijo-, "pero lo que yo quiero es escribir sobre el futuro".

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