viernes, 27 de diciembre de 2013

“Ilona llega con la lluvia”, de Álvaro Mutis

Ed. Norma – Santafé de Bogotá, 1996


Con el tono ligero de las narraciones orales, ocurre esta segunda novela de la saga de Maqroll, el Gaviero. El narrador/compilador recoge aquí una historia que le relatara el Gaviero, ocurrida en Panamá, teniendo como principal personaje a Ilona Grabowska.
Luego de quedar cesante por el suicidio de Vito, capitán del barco en que trabajaba, Maqroll recala en la ciudad de Panamá sin perspectivas claras sobre su futuro. El dinero pronto se le acaba y termina como vendedor ambulante. El Gaviero se angustia, acosado por la miseria, pero no olvida que las cosas suceden porque tienen que suceder: hay que aceptar el destino con una sonrisa y cierta distancia reflexiva, pues las cosas siempre terminan por acomodarse. Esto mismo ocurre, cuando aparece Ilona sorpresivamente. A partir de este encuentro, entre los dos montan un burdel de azafatas con planes de salir conseguirle dinero a Abdul Bashur para que se compre un barco y puedan navegar juntos los tres, por los mares del mundo.
Finalmente ocurre, fatal, una desgracia.

El trío 
Además de la anécdota argumental, Mutis relata aquí los movimientos subterráneos que mantienen la relación erótico sentimental entre Maqroll, Ilona y Bashur. Esta relación se basa en un cariño profundo, leal a toda sombra, de confianza plena y de deseo pleno. Los tres son aventureros, viajeros impenitentes. Pasan periodos intensos periodos románticos hasta que cada uno retoma su camino, sin cuestionamientos al respecto. No hay muchos textos en la literatura latinoamericana que retraten tríos de este tipo: sin celos ni necesidad de posesión; libre y electiva. No hay un macho alfa (Ilona no cumple esa función, ni por lejos), tampoco inseguridades. Es la aceptación del deseo en su movimiento inconstante y sin detención. El deseo rizomático, aunque con hitos, con islas de paz, pero en las que el deseo no se relaja.
La versión cinematográfica de Sergio Cabrera (1996) hace un retrato delicado y exacto de esta relación en la primera escena de la película homónima. La película es, en general, mala –El papel del Gaviero lo debió haber hecho, creo, Imanol Arias; en fin-, pero si uno ha leído la novela antes, como en mi caso, no deja de tener su encanto. Además, el papel de Ilona lo encarna Margarita Rosa de Francisco, quien es una de las mujeres más hermosas del cine latinoamericano. Se puede ver completa aquí

El erotismo
Como venimos pensando desde Bataille, la sexualidad es impulsada a límites inconcebibles cuando está ligada a la conciencia de muerte. En Mutis, esta conciencia de muerte no sirve de barrera que limita ni frontera que transgredir, sino que es el lugar del erotismo. Estando allí, en el territorio de la muerte, las aguas sexuales masajean a los personajes de esta novela, que chapotean un poco desolados, pero con alegría. No pretenden salir de allí, ni retroceder ni ir más allá. Sin embargo, permanecer allí es imposible. Se paga.
Sin esta ligazón con la conciencia de muerte (el fin de toda relación), no puede entenderse las frágiles y sin embargo inquebrantables ataduras entre Bashur, Ilona y el Gaviero.
Funcionando como una narración espejo, entra el personaje de Larissa a la trama relatando su historia. Larissa viven una relación sexual de a tres con dos fantasmas: uno de ellos la tiene en los puertos, otro en altamar. Larissa es el espejo de Ilona, pero ni Bashur ni el Gaviero son fantasmas. Por lo mismo, el reflejo de sí misma que ve Ilona en Larissa es un reflejo incompleto, errado. Puede pensarse que el verse reflejada en Larissa dice en cierta manera que Ilona está ya saliendo del paisaje erótico por la vía de la transgresión de sus fronteras. Con la sola percepción, ha dado un paso y ya no puede volver atrás. Esta parte de la trama es bastante sutil y se sostiene simbólicamente, aunque es la vez altamente dramática.
En pocas palabras, sostener la relación erótica, es mantenerse en equilibrio, en un equilibrio fatalmente perecedero. El deseo es una fuerza arrolladora, tan potente que erosiona lo que toca.
Siguiendo un poco el argumento, el deseo arde los cuerpos hasta volverlos cenizas.



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