jueves, 30 de mayo de 2013

“Fricciones”, de Tomás Abraham


Ed. Sudamericana, 2004


Este libro es una genialidad hasta la página 37 (tiene en total 251). Después vuelve a tener por partes páginas interesantes. De todas maneras, Tomás Abraham es uno de los pensadores vivos argentinos más interesantes, al menos para mí (tampoco es que haya leído otro, pero no importa, estoy seguro de que pensaré igual si lo hago, aunque nunca se sabe, de todas maneras no vale meterse con suposiciones).
Fricciones contiene tres ensayos: “Los polacos”, “Aira y Piglia” y “Agujero de cristal”.
En el primer, Abraham se ocupa del tridente literario polaco de la primera mitad del siglo XX: Witkiewicz, Gombrowicz y el maravilloso Bruno Schulz. El punto neurálgico sería (si mal no recuerdo, hace dos meses que leí este libro) un desafío que le planteó, prensa mediante, Gombrowicz a Schulz: algo sobre la forma, G. achacaba a Sch. que se había perdido en los oropeles y como respuesta el genio le decía que sus libros eran más inteligentes que él. Hay muchas otras apreciaciones, especialmente sobre la interpretaciones de la obra de Gombrowicz en argentina, desde Germán García (elogiado, pero remarcando “algunos errores de interpretación”) hasta el pesadísimo de Juan Carlos Gómez, el Goma.
Entre medio hay un aburridísimo alegato pro-Israel, que pudo haberse resumido en una línea, por ejemplo esta: Israel es la única posibilidad de garantizar a los judíos sus derechos como seres humanos, pues hasta ahora ningún país se encargó de hacerlo, etc.; pero que se alarga con cuestiones intrascendentes, de golpe incluso esencialistas: “soy judío, no puedo dejar de serlo, etc.”, relativas a la condición de ser del mismísimo Abraham.
Luego retoma la triada más o menos así: Witkiewicz era un loco (la forma de la que habla es la obra de arte) al que Gombrowicz tenía miedo, Gombrowicz (la forma es el conjunto humano, con sus cultura y demás) es más bien un payaso pero que con la risa no consiguió quebrar la barrera de la forma (etc.). Y por último Schulz, volviendo a la inocencia del narrar y la compasión por el mundo, es quien más lejos va, aún a costa de los reproches de escritores como Gombro y maravillosos cretinos como I. B. Singer (otro absoluto genio, indudable, hermoso).
También hay un recorrido por la historia literaria de Polonia y su importancia para la literatura de occidente en el siglo XX, pero lastimosamente se me extraviaron los puntos relevantes en este sentido, aunque puedo decir que hay muchísimos.
En “Aira y Piglia”, Abraham se dedica razonablemente a menoscabar la impostación de Ricardo Piglia y sus mecanismos para instalarse como referente ineludible en la literatura argentina desde la publicación del bodrio llamado Respiración Artificial. Frente a la idea del discurso literario como oposición a los discursos del estado, contrapone la escritura lúdica de Aira, que como ya sabemos retoma algunos esquemas de las vanguardias históricas para avanzar hacia terrenos del pensamiento que pocas veces se dio en la literatura. Leer a Aira es ir a pescar, dice Abraham, a veces se pesca algo y otras veces es el aburrimiento total, pero lo que se encuentra en ese “a veces” justifica el acto mismo de leer literatura. Estoy siendo demasiado esquemático y epidérmico, pero por aquí va la cosa. También, por cierto, Abraham recuerdo numerosas mentiras de Piglia en el erigir de su torre de marfil, principalmente en lo referente a Plata Quemada, novela que dijo en un principio era totalmente basada en hechos reales, hasta que fue demandado por la protagonista “real” de la historia, por lo que tuvo que cambiar su discurso arguyendo que se trataba de una ficción: total, ya estaban viento en popa las ventas.
Este artículo es muy interesante en la disección que hace de Piglia, pero de Aira repite más o menos lo mismo que se dice en todas partes, con temor de ahondar, o más bien creo yo porque no sabe bien que decir, ¿temor, flojera?
Finalmente el último artículo, “Agujero de cristal”, trata la relación entre Antonin Artaud y su primer editor Jacques Rivière, poeta y editor en los años 20 y 30 de la  La Nouvelle Revue Française. Aparte de algunas peripecias biográficas de estos dos, la tesis se centra en que el catolicismo de Rivière, que le subyugó aventuras vitales, posibilitó sin embargo, gracias a la condición hipócrita de la doble moral católica –esta es una opinión totalmente mía, aunque pienso que aplicable a todas las religiones-, que por un lado prohibía y por otro enmarcaba lo otro para así posibilitar su exploración al menos fantasmática, volviendo así centro mismo del ser, hizo que se volcara con total despreocupación y sin prejuicios a la lectura de la literatura que se producía en Francia en ese entonces. Este milagro de lectora que era Rivière, fue el que guió a Artaud en la producción de lo que serían sus primeros grandes poemas y posteriormente encausó toda la producción siguiente de este poeta.
En fin, mientras Artaud se escribía a sí mismo, Rivière lo leía como literatura. En este desencuentro radical, sin embargo, Artaud pudo escribirse de una manera más extrema y concreta, pero a la vez hizo literatura.
En resumen, Abraham se fricciona con las formas: de la literatura, la cultura occidental, el judaísmo, el artista, el arte, el pensamiento, la biografía, la locura, etc. Y sale bastante bien.
Saludos

2 comentarios:

KuruPicho dijo...

el catolicismo es la forma perfecta de ateísmo, p.s.

Rodrigo dijo...

Gracias por el comentario del libro. Muy interesante, invita a leerlo, sobre todo a aquellos que nos queda tan abierto Gombro después de Ferdydurke y su búsqueda de la forma.