miércoles, 7 de noviembre de 2012

“El volcán”, de Antonio Moresco




Ed. Melusina, 2007 (impreso en España)
Traducción del italiano de Piero Dal Bon y Albert Fuentes


La primera parte la componen dos panfletos: El país de la mierda y la cortesanía (Notas contra Calvino) y La forma y la muerte.
El primer panfleto establece una serie de tics nerviosos de los escritores actuales de Italia (perfectamente extrapolables a la literatura en general); por un lado arremete contra la tendencia de reducir la literatura a una conversación entre textos, lo ve como una patología que separa la humanidad –es decir, la imposibilidad de una comunicación real, más allá de la publicitaria- de la literatura. Al respecto dice: “la literatura es el paraíso” de la comunicación. Calvino sería el profeta de esta literatura sin “dimensión trágica”, “lobotomizada”, que trabaja con la idea de puzle y la “ilusión gregaria de los saberes y acumulación de saberes”.
¿Por qué Calvino? Principalmente por el testamento que dejó en Seis propuestas para el próximo milenio, tomadas como una orden a seguir a rajatabla por los escritores y como manual de uso práctico para editores. Calvino traza una división entre escritores de “fuego” (viscerales) y de “cristal” (intelectuales). Moresco apunta la falsedad de esta división en el segundo panfleto, contrastando las figuras de Pasolini y Calvino, cada respectivamente representante de estas dos tendencias.

El primer indicio de falsedad, señala Moresco, está en punto de partida de esta división: la idea de que le literatura es reductible y clasificable a un mínimo común divisor tan básico como el escribir desde el corazón o el cerebro, la forma o el contenido, el cuerpo o el pensamiento. Pasolini olvida la forma en sus arrebatos románticos, desordenados y ‘mal escritos’; Calvino monta estructuras que se intercomunican con otras, pasadizos, organiza selvas verbales, etc. ¿Es posible esta dicotomía? “No podemos existir sin una forma mortal”, dice Moresco.
Pero el blanco principal de Moresco no son Pasolini y Calvino, sino la industria cultural montada en las premisas de ambos.
Para fundamentar su crítica, Moresco basa su ataque en un concepto de lo verdadero como deseo fuerte, disruptivo y orgánico (Nietzsche), contra las verdades débiles, producto de voluntades y deseos débiles. La crítica de Moresco es política y ética.

“¡Le verdad no existe! Pero aún así no quiero mentir”
Pág. 71

Ve en los escritores actuales mucha obsecuencia ante la industria cultural, obscena obediencia al gusto mercantil, conformismo cultural, y su escritura como el trabajo de un jardinero bobalicón y superficial (ordenar flores por colores, expurgando la mierda que hace de abono y los insectos en constante guerra contra la vegetación). La conciencia de los escritores, dice Moresco, se ha vuelto débil; su proceder se basa en “operaciones teóricas de identificación con el agresor”: la institución cultural, la empresa editorial, la moda. El escritor ha pasado de ser una bestia de estilo a una bestia del espectáculo, se ha vuelto una bestia de peluche. Incluso actitudes en un principio disruptivas se han vuelto programáticas: lo no-acabado reducido a género, el escribir rápido y negligente en algo mediático, performativo, etc.

En el capítulo siguiente, compuesto de Páginas de diario y Dos escritos, hace una observancia que apuntala los huecos dejados por los requerimientos totalitarios de la nueva literatura, o literatura actual posmoderna, gozosa de su fracaso, complacida en su fin.

‘¿Qué haré cuando todo arde?’
En otras palabras: ¿qué escribir cuando ya todo fue escrito? El calco literario, la epigonalidad culta, interrelación de textos, diálogos entre autores o confrontaciones, el laberinto, etc. ¿Y ahora que eso ya fue hecho? La comunicación publicitaria, el artista artificialmente feliz, la funcionalidad, la higiene, la clonación, lo analgésico. ¿Qué pasa cuando el arte ha sido superado? ¿El fin de la historia?
En este apartado, Moresco narra en un diario, mientras visita (¿vacaciones?) una playa donde hay un volcán, sus reflexiones sobre estos temas, la tv, los animales y, también, la esperanza, qué esperar, qué se puede hacer con la espera. 
Volver al caos, a los agujeros, ver pero después de pasar por “la experiencia de la ceguera”, perderse en el laberinto. Rechazar el fin y rechazar a su vez el comienzo; estar en el flujo, montar una nave espacial defectuosa y repleta de perforaciones para atravesar la tormenta de meteoritos en el espacio sideral, etc.

“No aguardar nada (…) pero no por ello entrar en razón. Mantener una actitud insubordinada, insurrecta”
Pág. 81

Rechazar la gestión de la esperanza, al igual que a los burócratas de la desesperanza.
Este apartado es básicamente un extravío.

Crónica y lectura
Entre estas opciones se desenvuelve el último capítulo del libro. Lo conforman dos textos. 
El primero es el relato de su cotidianeidad; Moresco sale a pasear como de costumbre y dos hombres le arrojan gas pimienta en los ojos y casi lo dejan ciego. Esto sin ninguna razón. Como decir: la irrupción del absurdo y desquiciado en la mecánica de un paseo normal. ¿Hay que ir a la biblioteca para entender el quiebre entre causa y efecto? No necesariamente, pero sí ayuda a tener una lectura más abarcativa del asunto.
El segundo texto es la crónica de una lectura de la trilogía de Beckett (Molloy, Malone muere y El innombrable). Es un hermoso homenaje al escritor irlandés, quizá uno de los más bellos que le hayan escrito.
Moresco responsabiliza a Beckett del amaneramiento de la literatura del fin, de la performance de la nada. Él empezó, dice Moresco, y el resultado es el aburguesamiento desesperanzado, el gesto de los así llamados escritores al borde del precipicio, de los que afirman negando, a fin de cuentas, los burócratas de la escritura posmoderna.
Beckett, el gran responsable, ¡el castrador!

“Seguimos aquí. No lograste castrarnos. ¡Nos escabullimos! No nos conformamos con seguir”.
Pág. 156

El conjunto de libro está muy bien. Aunque no saquemos nada en claro, es su oscuridad y rabia lo que vuelve su lectura como un electrocutamiento accidental, pero pequeño, nada grave. Y por lo mismo estimulante, levemente orgásmico.


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