viernes, 16 de noviembre de 2012

"Bandoleros", de João Gilberto Noll



Adriana Hidalgo Editora, Bs. As. 2007
Traducción de Claudia Solans


Un escritor, acosado por un forónculo mental, decide dar un paseo por Porto Alegre, pero el paseo se disloca: las experiencias se superponen, su biografía aglutina varios fragmentos en un mismo plano, se extravía. Con una prosa que de golpe es afásica y en mitad de la traba rompe lírica, avanza el monólogo, pero avanza con retrocesos, y al final retrocede completamente en el tiempo; esto si es posible -la novela cree que no- un tiempo que se sucede secuencial, causa-efecto, etc.
Recuerda a Beckett, a Pablo Palacio, de repente Di Benedetto (el del Silenciero) y también, sesgadamente ayuda a conformar el paisaje, a Rubem Fonseca.
El paisaje: Porto Alegre, no-lugares (M. Augé: aeropuertos, bares de paso) y Boston. Calor infernal, clima templado y nieve. Esta disposición climática de los sitios habla con potencia, grita: el único lugar donde podemos aspirar a cierta templanza es el ninguna parte. El sitio sin pertenencia, el camino, el devenir sin destino ni causa, la montaña de Castopr, los vaganbudeos de Walser y Herzog, la ceguera, la escritura en transito, etc.
Otros puntos: el cuerpo se representa desmembrado y desunido: una mano hace esto, un bíceps aquello, la boca se mueve, etc. La voluntad permanece detrás, casi puro accidente del cuerpo. La voz, en su lado balbuciente, ininteligible, pero por ello mismo en su materialidad más evidente. La voz como ruido y música, no como instrumento subsidiario a la emisión de palabras, catalizador de sentido, de discursos. Sin embargo, esto se justifica en la novela ya sea por borracheras o por la locura (shock insulínico, psicósis, medicamentos). En un parte el narrador pide que le cuenten cosas que lo hagan soñar, no le importan las historias, está harto de historias. ¿Un comentario intertextual, una justificación del libro? No parece ser la intención, pero queda picando. También: la violencia y la pobreza, un mundo miserable, incoherente, idiota; el pensamiento idiota, extraviado, obstruido por su propia autocomplacencia. Y la sexualidad con trámite a seguir para poderlo relatar después, lo orgánico como elemento participante para la conformación del relato, que es lo real. Esta es quizá la escición más marcada en la novela: platónico problema; ¿qué hacer con el cuerpo, qué hacer con la mente, si ambos no pueden encontrarse, unificarse? Pero sí, es posible, en el no-lugar (sin historia, sin referencia geográfica fronterizante, sin temporalidad utilitaria, allí podemos ser).
También está el esbozo de una teoria sociopolítica, de una utopía: las minimal society. Las poblaciones reducidas a núcleos autoabastecidos y autocomplacidos.
En el fragmento más simbólico, el escritor-narrador sube un morro y en la cima está la luz de un spot. El morro aquí como parodia de montaña, el Everest espiritual reducido a un accidente ridículo, de pocos metros, caminable en pocos minutos. La cima a la que podemos aspirar como una micro-cima, una maqueta, un simulacro fallido, etc.
Me gustó, aunque el último tercio decae bastante. Pero está bien. ¿Qué cosa no cae?


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