miércoles, 8 de febrero de 2012

“Gran ensayo sobre Baudelaire”, de Felipe Polleri

Editorial HUM, 2007

Y bueno, esto está complicado. Tenía muchas ganas de leer a Polleri, muchas. Así que el mes pasado me compré un par de ejemplares de sus libros en Montevideo, a precio astronómico, que me dejó sin el café con crema que tal vez, muy probablemente, hubiera embellecido aún más esa soleada tarde uruguaya en que lo hice, que bastante hermosa era ya.
Entonces, apenas llegado a Buenos Aires, me leí primero el ejemplar del que voy a hablar. Me gusta mucho evocar las circunstancias de lectura de un libro, intercalar apreciaciones peregrinas, etc., principalmente cuando el libro es una mierda. Sin embargo, este no es el caso, aunque de ninguna manera diré lo contrario, que es oro puro, por ejemplo, pues no lo es, además el oro no me gusta y yo no le gusto, pero el loro sí: tal vez hubiera sido éste una mejor tapa para este libro, de tan bonito diseño –dicho sea de paso. La editorial HUM tiene excelentes diseñadores pero pésimos correctores: este ejemplar está lleno de erratas; tal vez enumerarlas estaría bien, sería más útil, que cualquier otra apreciación que pienso tener.
Si la tapa hubiera sido un Loro (y no la gráfica tan fea tipo Futurama que tiene) tal vez yo habría interpretado mejor el contenido del libro, que no entendí un carajo. Sospecho, con todo, que no hay mucho para entender –en el sentido vulgar de esta palabra.
A por el libro, entonces: son 90 páginas, cuatro capítulos (uno de ellos el epílogo), cada uno de ellos divididos a su vez en apartados cortos –algunos cortísimos, de una sola línea. Lo narran dos: un escritor y tal vez su esposa, o amante, amiga, lo que sea; no se aclara mucho, nada es muy claro, pero tampoco es oscuro, creo que solo es impenetrable, pero no como una pared, sino como una mampara de agua levísima a la que uno se acerca, quiere entrar en ella imaginando quién sabe qué cosa, un mundo subacuático o algo así, y apenas da un paso de golpe está ya del otro lado, con la mampara detrás, impertérrita.
Al comienzo un escritor cuenta que soñó que escribió una novela llamada Baudelaire, dice él que es una novela odiosa y odiada, pero no explica por qué, y hacia el final va a casa de un amigo de él, que murió hace poco; todo ocurre, por supuesto, como en un sueño; tal vez solo fue a pasear y me invento lo del amigo muerto, que sin embargo es parte de la novela, pues acusan al escritor de asesinato, en fin, como sea. El estilo narrativo es también mamparesco: quiero decir, está lleno de dijo, se cede la palabra a otro, no identificado, y nosotros solo tenemos sus palabras, etc.; o bien las situaciones narradas ocurrieron a otros, antes, o bien al que lo narra, pero antes, sin aclararse nada, etc. Lo que tenemos entre manos es, a fin de cuentas, las palabras que conformarían el argumento de la novela, pero sin novela, develadas (y desveladas), y bien sabemos que una novela que no vela es un espanto, como ocurre en este caso. Luego otro narrador (aquí es donde pienso que es quizá la mujer, o simplemente una mujer, en cualquier caso es una voz femenina) cuenta las andanzas de este escritor por oficinas editoriales y las calles de, imagino, Montevideo, desquiciadas, llevando el manuscrito de Baudelaire en la mano. Y también fragmentos en que el escritor nos habla de Baudelaire, principalmente de la relación que tenía este con su madre, bastante malsana, exasperada, tal como se lo narra. El resultado es bastante cómico, carcajeante, sin explicación alguna, como los buenos chistes. Principal es el relato y la divagación acerca de las conferencias que Baudelaire dictó en Bruselas, famosas por su estridente fracaso. El simbolismo es evidente, pero los símbolos no cargan con nada, si no que están allí desnudos en su orfandad, desamparados: caso ejemplar es el de la valija que el escritor de la novela Baudelaire carga por toda la ciudad (la valija puede ser su vida, su libro, la sociedad, quién sabe; pero más probablemente es solo una valija, en otra parte pudo haber sido más) y que también el mismo Baudelaire cargó alguna vez por las calles de Bruselas.
Mucho lenguaje procaz en este libro, pero de una procacidad puramente sonora. Después de todo, despojadas de significancia, ¿qué son las palabras sino ruidos cortantes, tartamudeantes, ruido y furia, etc.?
El argumento se extravió, quedaron fragmentos de él en forma de frases, palabreríos, desamparados de su sentido. Como cuando uno despierta de una pesadilla –es evidente la fuerza de lo onírico en este libro, empieza citando un sueño, por otra parte- y solo quedan retazos, girones, imágenes injuriosas, obcecación, intemperie y acumulación desbordada de posibles sentidos.
La lectura de este libro me dejó descorazonado y perplejo: quería que termine ya pero no me gustó que termine tan rápido, pues yo quería más: me divertí enormemente leyéndolo y me aburrí así también, formidablemente, pero ambas sensaciones duraban poquísimo, eran fugaces, parpadeantes, no sabía acomodarme bien en ninguna de las dos, pues rápido se cedían el paso entre sí, excesivamente consideradas.
De cualquier manera, quiero más Polleri, de hecho ya leí otro que comentaré en su momento.
Saludos


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