martes, 6 de julio de 2010

Habla el príncipe, de Jan Peter Bremer



Editorial Andrés Bello, 1997 (España)
Traducción de Pierre Jacomet
Sobre el autor aquí.

1
En Oscar Wilde las fábulas infantiles dejan una enseñanza bastante clara y asimilable; además de ser del acervo del sentido común: la piedad, el amor, la ingenuidad, etc. Basta recordar el relato El gigante egoísta para ilustrarnos: un ogro, tras sufrir el invierno más cruel mientras a su alrededor florece la primavera, abre su corazón a los niños (los capullos del gran jardín del mundo) y descubre la tristísima felicidad. Este es uno de mis cuentos por siempre favoritos, dicho sea de paso. Está magistralmente narrada: aúna la más pura sensibilidad romántica con el más álgido esteticismo.
Por otro lado, las fábulas de Franz Kafka. ¿Qué quieren decirnos exactamente? Hay múltiples respuestas a esta pregunta, porque, bien claramente, nos dicen todo. Por ejemplo, el cuento “Las
Preocupaciones de un Padre de Familia”. Se ha dicho que el Odradek, personaje sobre el que nos cuenta el padre de familia, es el desecho de los bienes de consumo, lo puramente material, una vez despojado del aura que impele al deseo del consumidor (Willi Goetschel). También se dice que es el regreso de lo reprimido (Goetschel). Y así, gentes como Žižek le dan también una interpretación. Y ni qué decir el lector común, que también, diverso y haragán, le da su porqué al relato.
La forma de tomar una fábula de Wilde es la siguiente: leerlo como un epigrama. Hay un concepto o enseña que se desarrolla en un argumento. Tiene, por decirlo de alguna manera, el
Síndrome del Jesús despreocupado de Dios: quizá la parábola es más profunda, pero si se ahonda demasiado, puede resultar aburrida; entonces, se queda en los márgenes y se despreocupa del vacío. Es el lector el que carga con el ansia en el pecho, ese sentir que hay más tras la bofetada de la belleza. En cambio en Kafka, hay lo que se dice Síndrome del Jesús sin Dios: ha recibido las parábolas, sin saber de dónde, y tampoco sabe la explicación; por tanto, Kafka trata de descifrarlas mientras las escribe y el resultado es un cauce incendiado. El río se evaporó, no podemos matar la sed, pero sabemos dónde estaba el río, al menos, y miramos con melancolía los peces calcinados. Es por esto que los lectores (y críticos) le dan importancia a cada palabra de un texto de Kafka, más que al argumento mismo; y en cambio, dan por hecho que los textos de Wilde tienen las palabras adecuadas para eso que cuenta y por tanto se inclinan más hacia el
argumento.
En resumen, Wilde es un narrador y Kafka un poeta. El mundo, absurdo y banal, es el mismo. Uno lo mejora, el otro se embelesa: ambos encantan.

2
La historia es corta, llena de humor que produce muecas en vez de risa, y no la puedo contar porque no tiene sentido. No es que no tiene sentido contar la historia, sino que la historia no tiene sentido. Quiero decir, yo no sé cuál es. Va, de todas formas, más o menos así:
Al castillo llega un nuevo administrador. El príncipe conversa sobre él con el mayordomo. El mayordomo le explica el orden en que transcurrirá el día con el nuevo integrante del reino y
tranquiliza las extrañísimas ansiedades del soberano. Y luego al administrador le toca lo mismo.
Todos consuelan al príncipe, porque al parecer el príncipe sufre, o puede estar sufriendo, porque no lo saben a ciencia cierta, y de todas maneras no se pueden permitir el más leve sufrimiento en su príncipe, para eso están, para consolarlo del peso de ser príncipe, para mantenerlo puro en su estado de príncipe, sostenerle el aura, tejerle la red que haga de su vida un ideal, y también el príncipe quiere ocupar su papel de la manera más brillantemente posible, igualmente quiere ser un buen príncipe, de hecho sabe que es un buen príncipe, no le queda más que ser un buen príncipe, y se preocupa de no ser un buen príncipe frente a los domésticos, tiene complejo ante ellos, sufre por ser un príncipe que todavía puede ser más efectivamente perfecto, y sin embargo la situación, ser príncipe y demás, ya que por la sangre real corre un misterioso sino, es difícil de asimilar, y más todavía asimilar la idea de que hay súbditos, y también servicio, entonces el príncipe es un niño, puro capricho, sorprendido de todo, curioso, pero también lleno de miedo, de súbitos pavores, y pide que se lo constaten todo, quiere tocarlo todo, pero tocar como príncipe, es decir sin ser manchado, sin parecer curioso, pues todo está para sus ojos, después de todo, para su corazón, para su simple corazón.

3
¿Qué puede obtenerse de la mezcla de Oscar Wilde y Franz Kafka? Pues simplemente un fabulador genial. El escritor de este libro que me gustaría recomendárselo a todo el mundo.


4
Este libro en oferta en casi todas las librerías de usados de Buenos Aires, a 5 pesos, nuevo.




+

3 comentarios:

marichuy dijo...

Ever

Narras (porque más que reseñar, me parece que tú, al comentar sobre un libro, haces una narración en paralelo) tan bien, que uno casi quisiera arrebatarte el libro de la mano.

Primera noticia que tengo de este escritor alemán Jan Peter Bremer; sobre quien resulta inevitable no sentirse atraído, así sea nomás para ver el resultado de esa extraña (y genial) combinación entre Wilde y Kafka.

Un beso

(cinco pesos argentinos un libro ¿son como cinco dólares gringos?)

mario skan dijo...

y el tipo tiene un rostro acorde a lo que escribiste. Medio personaje wonca sin su fábrica. Qué se obtiene de una mezcla entre Kafka y Wilde ? una buena hipótesis. Por el momento le cuento que acaba de publicarse al español CONTRALUZ de Pynchon, entonces parte del aguinaldo va a ir por ese camino.
saludos

Mafalda dijo...

...

¡Super!

Me encantó el concepto de narrador y poeta.

Gracias por la recomendación.


Saludetes y besos.

Mafalda