jueves, 23 de julio de 2009

Fragmentos sin una playa, de Charles Da Ponte

Él charlaba alegremente de su dieta vegetariana, de energía cósmica y de meditación. Ella masticaba su lomito rebosante de aderezos y tenía algo de mayonesa en la comisura derecha de sus labios. Ella acababa de renunciar a un colegio donde impartía clases a adolescentes de clases acomodadas y estaba pensando seriamente en emigrar. Hacía una cálida noche de invierno, con temperatura de diecinueve grados y viento del noreste. Algunos lapachos hacían llover sus flores sobre el asfalto. Los naranjos explotaban de apepús. En la radio sonaba algo de jazz, la mesa del localcito era redonda y todos estábamos por irnos: a nuestras casas, a otro país, a la mierda, a la deriva.
El mundo se está yendo al carajo, pienso mientras Ju’i sigue hablando sobre, bueno, sobre alguna cosa que ha estado desarrollando en esa perversa cabeza que tiene, mientras gesticula mucho con las manos y su cigarrillo se consume y el tiempo pasa vorazmente, consumiéndonos a nosotros a su vez, como a monstruosos cigarrillos baratos. En algún lugar, alrededor de la silla y la mesa, debe haber también, como mínimo, una mano mía pero no la encuentro de momento. En la tele están pasando un partido que nadie en el bar ve; el volumen está bajo, las voces de los clientes, altas, exageradas; las remeras de los jugadores no llevan nombres, sólo logotipos de distintas marcas; no hay en la pantalla ninguna leyenda que pueda identificar el lugar, el tiempo o las circunstancias del encuentro emitido. A los nombres se los lleva el vértigo.
Él discutía con ganas, aferrándose a la esperanza, perdiendo pelo a manos llenas, bebiendo una petaca tras otra y comiendo menos de lo necesario. Había soltado la guitarra y tomado la cámara con idéntica pasión. Pero no fue suficiente y ya no sé dónde vive. Dejamos de escribirnos hace varios meses. Creo que está por Suiza o Polonia o algo así.
Terminada la ducha, salió del baño un poco más sonriente y vino a la cama. Cuando bajó del taxi estaba nerviosa hasta la burla. El hotel esperaba en silencio. Ya era de noche. Jugamos con el control remoto de la tele y la dejamos en el canal porno. Una mentira y un pijama le cubrían las espaldas. Debajo no llevaba nada y mis pezones se habían endurecido. En el desayuno se bebió su café rápido y comió la mitad de su tostada porque no quería llegar tarde al trabajo. Habíamos terminado una semana atrás y así acababa nuestra despedida. En la vereda ya había un niño pidiendo limosna.
Ju’i continúa moviendo la boca: ¿Mastica? No, habla. Hace una pausa para hechar una seca y sacudir la ceniza y yo ya no sé si levantarme en silencio e irme o darle una bofetada y a ver qué pasa. Porque el pobre no tiene la culpa a fin de cuentas. Uno quiere también descansar un poco, arrojar el ancla en alguna isla vecina, recalar en una mirada tranquila, en una voz que permanezca, en algo que no se mueva. Pero no. El oleaje, siempre el oleaje. Y otra vez el mar, oscuro, sin pájaros en el cielo. Sin costas, sin playas. En la mesa de al lado alguien suelta una risotada que sube en grandes burbujas negras hacia la superficie. Y mientras siento las primeras medusas meterse por debajo de mi remera y arrastrarse por mi espalda, pienso: “El mar… Pero qué estúpido pensar en el mar cuando uno vive en un país rodeado de tierra”. Un país rodeado. Un país sin salida. Un país sin salida al mar. Qué sé yo del mar: únicamente su ausencia, mi orfandad, este divagar por un olvido con fronteras, con el agua hasta el cuello y sin saber nadar.
Me decía él que a lo mejor empezaba a fumar o algo porque ya era hora de tener algún vicio realmente pernicioso. Con todos sus mambos de laburo a cuestas, le dolía la cintura, a lo mejor los riñones, y no pegaba nada ya la onda. Le preocupaban sus viejos, que ya estaban en serio viejos y no tenían jubilación ni ahorros, y ahora qué, me decía, se acariciaba la barba y hojeaba un librito de poemas bastante destartalado. Los exámenes que tomó a su clase de cursos acelerados se amontonaban en un rincón de la mesita que era también el comedor, la biblioteca y la sala. El apartamento le quedaba chico y la miseria le venía grande.
Amenazaba una tormenta. Ella me tomó de las manos, me llevó a la terraza del edificio, junto a la piscina, recostó mi cabeza sobre sus muslos y me cantó una canción. Tenía una voz muy dulce; su regazo olía a jazmines. Hace un año murió sobre la mesa de un quirófano, quizá de negligencia, extraña enfermedad, y no tuve el valor de asistir a su velorio. Quemé todo lo que nos escribimos y enterré los restos en tierra roja y húmeda, junto con hojas de naranjo.
La cabeza de Ju’i cuelga hacia delante, su cuerpo se balancea suavemente de un lado a otro. Otro resto mecido por el oleaje de este mar de naufragios: días tras días tras días. Lo miro, parpadeo, y ahora Ju’i flota, con silla y todo; alrededor, todas las mesas y sillas y clientes, el local entero, flotan. La calle ondula y los árboles se vuelven algas. Nada queda en pie y por todas partes las olas de los momentos, chocando unas con otras.
Así que, finalmente, decido irme a dormir. Agarro mi librito de edición barata, con la cubierta sostenida a base de cinta scotch, aunque no veo por qué no lo tiro o lo dejo aquí o se lo regalo al tipo de la barra, qué importancia tiene, me tambaleo algo, sí, señor, me tambaleo por el mal de amura o mareo marino que le dicen, vasos y botellas que chocan entre sí, el señalador que se desliza de entre las páginas y cae bajo la mesa, tampoco importa, creo que me despido o algo así, sonrío o algo así, tiendo la mano (o algo así) a Ju’i que me importa menos todavía que el libro o el señalador, y salgo al gran charco, sin esperar respuesta ni reclamos.
Afuera está la noche, toda rota y con los pedazos esparcidos. Encima parece que era nomás de plástico la desgraciada, porque ni ahí vas a encontrar la manera de juntar los trozos rotos, de pegarlos y que otra vez queden parecidos a como estaban antes. Habría que tirarla nomás ya, sin gestos de ningún tipo y pensando en otra cosa. Con indiferencia y sin estilo. Cada porquería que fabrica China. No da ni para lamentarse.
Esperando el colectivo o el amanecer o ambos juntos agarro una astilla de la madrugada y una estrella de mar, sin que nadie se dé cuenta, y me las guardo en el bolsillo. Me miro las manos para asegurarme que no las dejé por ahí (soy tan descuidado). Están las dos, arrugadas y grises por el agua, y me pregunto si a esta edad todavía puedo aprender a nadar.


Charles Da Ponte

(de paso gracias por el diseño del nuevo encabezado de este blog...)

8 comentarios:

marichuy dijo...

Ever

Me gustó, sobre todo la última parte: si la noche está toda hecha pedazos y como parece hecha en China (chatarra pues), ya ni con pegamento podría rearmarse. Muy buena forma de reafirmar lo que dice al principio: el mundo se está yendo al carajo.

Saludos

mario skan dijo...

Hola Ever: me cuesta leer de la pantalla soy chicato total y los ojos comienzan a llorame, de igual manera leí los 3 primero párrado y está polenta la cosa. Vi y leí algunos fragmentos de un escrito tuyo en el blog Kurupí, muy bueno Ever.
saluss

mario skan dijo...

Ey Ever, acabo de leer tu relato en el blog de Kurupí, uno se imagina que los municipales la pasan joya no? pero se tuercen con árbolitos con el viento de la monotonía. Tetas blancas, tipos putos, secretarias nn, muy bueno ever.

e. r. dijo...

Hola, Marichuy!
Sí que es lindo este relato. Da Ponte es uno de eso tipos que casi todo lo hacen bien: dibuja como los dioses, y escribe igual.
Saludos

Hola, Mariano!
tenés razón con eso del tamaño. Voy a ver cómo lo arreglo porque ni yo puedo leer lo que hay casi siempre. Y sí que es polenta.
Che, lo del cuento, qué copado el kurupi por levantarlo. Es más largo, falta como la mitad, o más, creo, pero por ahí va la cosa. La municipalidad asuncena da para mucho que contar; te lo digo yo, como ex-empleado de allí por algunos meses.
saludos

Mafalda dijo...

...


Está repleto de imágenes este bello cuento.
Me gustó que después de describir un escenario de sueños y deseos dice:

"Así que, finalmente, decido irme a dormir..."

Me voy en busca de mi playa a ver donde la encuentro...

Saludetes.

Mafalda

A dijo...

Que la noche y el mundo -si asi lo quiere- se haga pedazos, afortunadamente cada quien tiene su refugio

Besos hojeados
A.

Workaholica dijo...

Tendré que empezar a mirarme las manos... no quiero perderlas por ahí....

:)

Y sí... ofrecemos atención per-so-na-li-za-da.... te invito un tequila (cortesía de la casa)

Sandra Strikovsky (Strika) dijo...

Hola, Ever:

Me gustó el relato y el diseño del nuevo encabezado también es genial.

Saludos